El ejercicio de la abogacía hace que una contacte a diario con las situaciones más dispares: personas en apuros, familias con graves dificultades, hombres y mujeres en el filo de la navajaÉ y también con situaciones en las que queda de manifiesto la grandeza humana, la generosidad, el altruismo y hasta el amor (aunque estas son las menos de entre las menos).

En más de una ocasión, viendo hasta qué punto hay gente que miente, que manipula, que no duda en pisar al otro para obtener un mínimo beneficio, he estado a punto de tirar la toalla, mandar mi carrera y mi profesión a hacer puñetas -nada que ver con los encajes que lucen en sus mangas los magistrados- y dedicarme a tareas menos estresantes y menos guerreras, más relajadas que las tareas diarias de una abogada.

Siempre he creído en la justicia. Siempre -inocente de mí- he creído en que las personas que se meten en la brega política buscan desarrollar un proyecto de sociedad, tienen ideales y pretenden -desde sus puestos de gestión- hacer un mundo mejor, una comunidad, una nación o, a nivel más reducido, su propio pueblo.

La edad y el paso de los años han ido atemperando y casi eliminando esas ideas románticas. Son muchos los casos de corrupción vividos en unos y en otros partidos, en siglas de izquierdas, de centro y de derechas. Da igual que el político sea democristiano, socialista, nacionalista, liberal o de alguno de los grupúsculos que ahora surgen como hongos: convergentes isleños progresistas ciudadanos democráticos de la unión. Da igual, en todos los lados encuentra una políticos que buscan cualquier cosa menos la felicidad de los ciudadanos por los que dicen trabajar.

Hoy -día de obligada reclusión por los efectos climáticos en aparatos respiratorios castigados- veo en televisión un caso antiguo que tuvo lugar en Cataluña. Le llaman el "caso Pallarols", o algo así, que he escuchado el nombre en televisión y no me he puesto a buscarlo. Es un caso antiquísimo, de hace más de quince años con lo que conlleva de injusticia una tardanza así para resolver cualquier cosa. Varios políticos del grupo de Durán i Lleida, ese señor que vive en Madrid y defiende los intereses de los catalanes viviendo en el Palas o en el Ritz -lo hemos visto también en televisión desayunando en mesa lujosa como si fuese el Maharajá de Kapurtala-, pues varios políticos de ese grupo han sido condenados por corrupción. Una vez más confieso mi imprudencia como letrada porque no tengo la sentencia -ni falta que me hace como ciudadana que parece que ni condena ha habido sino que se trata de un pacto o no sé qué-. Hablo por lo visto en los medios de comunicación y perjudicada en estos días de frío y achaques invernales. Han sido condenados, es un decir, porque hace dieciséis años "usaron" o mal-usaron, casi 400 mil euros de fondos europeos destinados a la formación de desempleados, en gastos corrientes de su partido y otras bagatelas. Su partido: convergencia democrática de Cataluña. Era mucho más importante engrasar la maquinaria partidista que formar a ciudadanos con empleos precarios o sin empleo por falta de capacitación profesional.

La justicia ha hablado tras dieciséis años que me imagino de recursos, de réplicas, de súplicas y de avanzar trabajosamente en el proceso. Dicen los medios que -perdonen mi explicación difusa en la convalecencia-, tras un pacto que ha evitado la celebración del juicio y tras devolver el dinero, queda claro el chanchullo pero ninguno irá a la cárcel.

Yo no le deseo la cárcel a nadie, como no le deseo que se le lleve el coche la grúa, que le quiten puntos del carnet de conducir, que le embarguen la cuenta corriente o que lo desahucien del piso. Mi pregunta es ¿qué le digo yo a un preso al que defiendo, cuando está encerrado por mucho menos dinero y señores con casi 400 mil euros de desfalco de dinero público, no han pisado el patio de un penal?

La señora Cospedal ha salido a la palestra velozmente y ha recriminado con dureza al inquilino del hotel Palas -o del Ritz, que tanto da-. No he oído a ningún portavoz socialista pronunciarse todavía pero, da la impresión de que todos tienen bastante que callar y de que en las casas de todos cuecen bastantes habas.

Los ciudadanos corrientes, los que salimos cada día a la calle a procurar ganarnos la vida con honradez, los que no tenemos subvenciones ni inyecciones generosas de dinero público, los que nos vemos negros y más que negros para llegar a fin de mes y pagar todos los recibos que nos vienen en tropel, los que peleamos cada mañana y cada tarde para salir adelante en una crisis que no hemos generado, estamos un poco hartos de esta exhibición de prepotencia de quienes se dicen "padres de la patria", de quienes dicen dejarse la piel por nosotros y solo se la dejan -si no queda más remedio- por ellos mismos. Los ciudadanos queremos que, si por cinco mil euros un pobre va a la cárcel, un rico, un noble o un político, también vayan.