Anda la tropa de Don Mariano un tanto montaraz por los caminos de la patria mía. Igual es que se han confesado todos con Monseñor Rouco y les ha puesto como penitencia no dejarnos pecar por libre, que la ciudadanía, de tanto tiempo de holganza como tiene en el paro, se está volviendo rebelde, alocada o disoluta. El ministro Ruiz Gallardón ha sido el último en encabritarse. Ruizga ha enarbolado los estandartes de la contrarreforma para traernos una nueva Edad Media y mostrarse con su verdadera cara, la del inquisidor que siempre ha sido. El ministro de Justicia quiere poner de rodillas a las mujeres de España, como si no se hubieran arrodillado lo suficiente, y le pega un tajo a la ley del aborto para guiarlas por el recto camino de la moral católica y evitar que se conviertan en delincuentes. Ruiz Gallardón iba de progre burgués pero ahora nos deja claro que en todo este tiempo no ha parado de recitar el catecismo de la doctrina cristiana. El mismo que su colega José Ignacio Wert, ministro de Educación, quiere que repasen nuestros muchachos para sumar puntos en las reválidas con el honorable fin de que se conviertan en hombres de provecho y se labren un futuro prometedor. Y por si alguien alberga dudas o se le ocurre salir a la calle a manifestarse gritando consignas contra el Gobierno, tenemos la «ley mordaza» o de Seguridad Ciudadana, defendida por otro de la corte del Faraón, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz. Aquí hay multas hasta para las ofensas, tirones de orejas para los descarriados y manguerazos desde las tanquetas para los protestones, no vaya a ser que el Ejecutivo de la nación acabe por perder el control de la calle y del pensamiento. La tropa gubernamental anda en plena catarsis involucionista, como si el paro, la pobreza y la crisis no fueran suficiente motivo para mantenerse ocupada y evitarnos el oprobio de esta terrible cruzada.