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Los platos rotos de Rusia

Te dedicas todo el año en cuerpo y alma a velar por los naranjos y los melocotoneros para que los frutos se vayan dorando, para que no los piquen los bichos, para que no los estropee ni la sequía, ni el granizo, ni la polución, ni los ladrones, ni las plagas, ni el Gobierno. Y cuando tienes la cosecha empaquetada, lista para cargar en camiones y salir camino del extranjero, te convierten en el pagano de las venganzas de Putin. Lo único que nos falta es que el follón de Crimea, de Kiev, de los tortazos entre los prorrusos y las fuerzas de Ucrania acabe castigando la agricultura de nuestro país. Rusia responde a las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea por su chulería en este conflicto prohibiendo importar durante un año productos agroalimentarios.

Los daños en el sector de frutas y hortalizas se calculan en 337 millones en España, 72 en Alicante y 120 en Murcia, según los balances de las exportaciones del año pasado y las cuentas que sacan los representantes de las principales organizaciones agrarias. Con ello, miles de pequeños agricultores, además de mirar al cielo todos los días, tendrán que dedicarse a escuchar a los corresponsales políticos y de guerra por si llega otra tormenta de cualquier sitio en conflicto y hay que ponerse a resguardo. Cientos de familias que viven de estos cultivos se verán abocadas a la ruina y a sufrir la mordaza de los créditos por un enfrentamiento en el que ya me dirán qué tienen que ver. A la agricultura se le pegan todos los males, es su sino, y ahora carga con las consecuencias de la soberbia de muchos políticos y de su incapacidad para resolver un preocupante conflicto en las mismas fronteras de Europa. Nuestros agricultores van a tener que comerse hasta el hueso de sus propias frutas porque algún pringao debe pagar los platos rotos de Rusia.

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