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En el mes de julio no se hablaba de otra cosa en la capital de la provincia: la suciedad que campaba a sus anchas por las calles. Esto ocasionó quejas vecinales en avalancha hasta conseguir un «plan de choque» para dejar la ciudad más limpia que una patena. Todo ello por la módica cantidad de 34.500 euros de nuestros dineros. Pero el concejal de Atención Urbana del Ayuntamiento de Alicante, Andrés Llorens, admitía las críticas y daba las claves. Lo achacaba a la coincidencia de una reducción de servicios en la contrata de la limpieza y a las «conductas incívicas» de los ciudadanos. «Mucha gente no usa las papeleras y lo tira todo al suelo», llegó a afirmar el también vicealcalde. Días antes, la concesionaria del servicio de Salvamento y Socorrismo plantó colillas, pipas y tapones de gran tamaño en la arena de la playa de El Postiguet como parte de una campaña de concienciación para erradicar los residuos que se olvidan los bañistas. Y todo ello a coste cero para las arcas municipales. Debió tener efecto porque recuerdo que por aquellas mismas fechas fui testigo de un hecho inaudito. Una joven pareja plantada en la orilla de una playa cercana conversaba livianamente. Ella encendió un pitillo. Entre arrumaco y tierno achuchón, el cigarrillo se consumía vorazmente. Mi señora y yo nos miramos y convenimos en pensar que esa colilla sería una más de las que pueblan nuestras playas y calas, entre otros desperdicios. Por suerte, el humo tuvo a bien respetarnos. Llegó el momento esperado. Ella se agachó y lo apagó en la arena mojada. A continuación abrió su bolso de mano y la introdujo con sumo cuidado, como la que guarda un tesoro. Todavía no salgo de mi asombro. He llegado a la conclusión de que debían ser un par de actores o socorristas que estarían en plena campaña.

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