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El ébola y el enemigo invisible

Tres occidentales infectados, con resultado de una sola muerte -la del misionero español Miguel Pajares-, han conseguido lo que más de 1.500 muertos no habían logrado hasta ahora: hacer ver que el ébola existe y que es mortífero... en África central, o sea, negra, o sea, pobre.

Tres contagiados blancos, dos de ellos curados pese a que el virus se considera letal, han llevado a la ciudadanía de los países ricos el miedo al enemigo invisible que procede de los rincones más míseros del planeta, y eso pese a que todas las organizaciones médicas coinciden en que es imposible que se produzca en Occidente una epidemia como la que está sembrando de muertos Liberia, Sierra Leona y Guinea, donde no existen los medios hospitalarios para aislar y tratar a los pacientes afectados, que en muchos casos perecen en sus casas o en las calles sin atención alguna.

El peligro añadido que va abriéndose paso silenciosamente es el de las voces, cada vez más numerosas, que empiezan a reclamar cierres de fronteras y controles exhaustivos de inmigrantes, incluso de aquellos que llegan en pateras y que convertirían su supervivencia durante tan largo periplo, en caso de estar enfermos, en poco menos que un milagro. «La gente piensa que la solución es cerrar las fronteras, cuando la única forma de contener la epidemia es incrementar los medios sobre el terreno», acaba de declarar Joanne Liu, presidenta de Médicos sin Fronteras.

Y precisamente uno de esos medios, el suero experimental ZMapp, es el que ha contribuido a la curación del médico y la enfermera norteamericanos infectados con ébola en Liberia y que fueron trasladados hace tres semanas a Estados Unidos para recibir tratamiento. A falta de saber la efectividad real del medicamento, que se mostró inútil con el cura español, parece fuera de toda duda que en la sanación ha sido fundamental el sistema sanitario, que es justamente aquello de lo que carecen los países africanos y a lo que nadie va a poner remedio.

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