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Tiempo muerto

El motivo fundamental por el que muchos aficionados al fútbol desconfían del baloncesto es que en baloncesto la primera canasta conseguida a los pocos segundos del inicio no resuelve nada ante la absoluta certeza de que a esa canasta le sucederán otras muchas hasta difuminar el impacto de la primera; en cambio, un gol a los pocos segundos de un partido de fútbol transforma cualquier expectativa y condiciona los 89 minutos restantes. Hace 20 años sugerí a la FIBA (el equivalente baloncestístico de la FIFA) un cambio de las reglas para atraer a esos espectadores que disfrutan del baloncesto siempre que garantice emoción constante y sigo esperando respuesta. Es lástima que la FIBA no haya percibido que un partido de baloncesto entre el Elche y el Eibar seguiría siendo aburrido si el Eibar anotara la primera canasta, mientras que un partido de fútbol entre estos mismos equipos se convierte en un via crucis si el Eibar marca cuando los espectadores colocan sus almohadillas en los asientos.

Naturalmente, todo es empeorable: que el Eibar logre un segundo gol antes del descanso convirtiendo un prometedor duelo entre dos cenicientas en una heroicidad desesperada o en una pachanga sin prórroga, ni canastas de tres puntos, ni tiempos muertos, ni faltas personales. Aunque los deportes de equipo poseen sutilezas comunes, no conviene generalizar: la dinámica de cada juego es distinta y por ello el baloncesto, el balonmano y el fútbol jamás serán comparables. El fútbol penaliza las remontadas por improbables y por ahí sangran muchos equipos que cometen el pecado original. Observarán que todavía no he escrito una palabra sobre el partido de anoche y admito que me siento orgulloso de mi contención. Si estas páginas tuvieran un filtro de acceso a menores, quizás diría algo acerca de la obvia ausencia de un medio centro defensivo (el equivalente a un tercer central que garantiza un sueño tranquilo) o de la inexplicable ausencia de un mediapunta habilidoso que sea vértice (algo siempre incómodo para la defensa en línea), o de la notoria falta de concentración para defender jugadas a balón parado (el Elche sorprendido a balón parado, quo vadis). Lo tétrico del soponcio de anoche es que el Elche juega objetivamente mejor que hace un año pero dejó la sensación de que ahora hemos abandonado la escuela rústica cuando lo suyo es que seamos muy rústicos y dejemos las florituras para los equipos de pasarela. Un entrenador memorable (de baloncesto) siempre exigía tener a un gigante en la plantilla. Su explicación era obvia: no hay circo sin gigantes. Por cierto, hace una semana ganamos en Vallecas, no en Wembley.

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