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Crónicas precarias

Las avalanchas que vienen

Hace unos días la Guardia Civil detuvo en Melilla a la fotoperiodista Ángela Ríos por llevar en su coche a varios inmigrantes hasta el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) de la ciudad. Las personas a las que transportaba ya se encontraban en territorio nacional, pues habían conseguido saltar esa valla de la vergüenza que pagamos con nuestro dinerito de blancos pudientes, pero aun así, ella está imputada por un presunto delito contra los derechos de los ciudadanos migrantes.

¿Por qué? Pues porque aunque, repetimos, los ocupantes del vehículo habían entrado ya en Melilla, los agentes consideraron que la reportera estaba «favoreciendo la inmigración irregular». Claro, las fronteras se dibujan según el humor que tenga ese día el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz.

A veces se entra en España al saltar la propia valla (sin que te detengan), a veces debes recorrer unos metros y en otros casos es imprescindible haber escapado de los efectivos de la Guardia Civil que custodian la zona? A lo mejor un día Fernández Díaz decide que el territorio español empieza en el salón de tu casa y a ver qué hacemos (espero que tengas un rellano amplio porque se te van a acumular los invitados).

En cualquier caso, el suceso pone de manifiesto dos de los grandes miedos de los xenófobos recalcitrantes: que la población local deje de ver a los inmigrantes como una amenaza y que los periodistas denuncien su situación. Es imprescindible que sigamos hablando de avalanchas, oleadas y llegadas masivas. De pateras y asaltos. Aunque la inmigración que viene por esas vías constituya un porcentaje mínimo. Aunque España haya sido y vuelva a ser tierra de emigrantes y esté mucho más acostumbrada a despedir a su gente que a recibir a nuevos habitantes. Hay que fomentar el miedo y la desconfianza hacia el extranjero pobre y desconocido. De hecho, hay que intentar que siga siendo lo más desconocido posible, para que deshumanizarlo no requiera demasiado esfuerzo.

De ahí el empeño en legalizar las «devoluciones en caliente», práctica que contradice todos los pactos firmados por el Estado en materia de inmigración. Claro, si les damos tiempo a que lleguen al CETI y solicitan, con derecho, el estatus de refugiado, tenemos un problema. Así que mejor les lanzamos de vuelta a Marruecos lo antes posible para que los torturen allí. O les dejamos morir en el mar porque justo ese trocito de agua ya no es nuestro, qué mala pata oye.

Y si no, siempre podemos esperar a que fallezcan en la calle con un glorioso cáncer. Al menos al PP y a Ciudadanos les parece buena idea, ¡si no pagas impuestos tus tumores no nos importan!

Claro, en este contexto, que alguien quiera ayudar a cuatro seres humanos hambrientos y agotados es percibido con terror. Y eso que simplemente les estaba ahorrando los últimos kilómetros de sus accidentadas odiseas personales. ¡Si han sobrevivido a las cuchillas y a días de caminata en el desierto, que se arrastren como puedan hasta el CETI!

Conviene recordarlo ahora que viene el buen tiempo y se acerca la temporada en la que la llegada de pateras abrirá los informativos. También cuando empiecen las vacaciones de Pascua o las de verano y los «asaltos a la valla» se intercalen con emotivos vídeos de «jóvenes exiliados económicos» que vuelven a casa por unos días.

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