Severino fue un buen amigo mío, persona muy humilde y prudente, nunca lo he visto enfadado, y recuerdo con cariño y asoma una sonrisa a mis labios cuando me acuerdo cuando le contaba mis ironías y charlotadas, opino que le hacía gozar de unos momentos de irrisoria felicidad. Severino ayudaba a aquellos que se le acercaban solicitando apoyo, si tenía posibilidades materiales con ellas, si carecía de ellas con su apoyo moral, pero nunca recibían un no por respuesta.

Pero Severino en su fondo, el fondo que nunca translucía, llevaba la pena de la soledad, la edad era invencible, el tiempo deteriora a la persona en sus facultades físicas, pero igualmente deteriora el respeto hacia estas personas que cruzan el umbral de la tercera edad, se les ignora, se les menosprecia y se olvidan que fue joven en su día, y el que hoy le ningunea será viejo en el tiempo.

Su incipiente sordera es causa de mofa y burla, su pérdida de memoria, de regaños, que en ocasiones alcanzan el límite del respeto, sus torpes movimientos producen hilaridad entre los suyos. Pero no creáis mis queridos amigos que todo esto le enfada, al revés, le produce una profunda tristeza, por cuanto lo que el tiempo no le ha dañado en su inteligencia y sus valores humanos, y al vivir en sus recuerdos es donde el malestar de la culpa le impregna de lo que debió hacer y no hizo.

Esta falta de comprensión, respeto y cariño, es el revivir tiempos pasados cuando vivían sus padres. Severino, ignorante de los sentimientos de sus progenitores, actuaba de la misma forma que actualmente le dedican a él. Recordaba aquellos tiempos y todo ello le llenaba de tristeza y de dolor ¿Cómo podría hacer llegar a los suyos lo mucho que sufría? Sus progenitores ya no vivían, no podía solicitar de ellos el perdón, la ignorancia de la juventud le llevó al efecto de la vanidad. Día a día la culpa invadía más sus pensamientos, pensó si verdaderamente existiría otra vida donde podría paliar sus errores. Cada burla, cada acto despectivo de los suyos hacia su persona, la ignorancia de su presencia, la sensación de molestia entre los suyos, iba «in crescendo»? Segundo a segundo se desvanecía la ilusión de vivir, cuando en momentos en los cuales el incrédulo pensaba que era escuchado y acogido por los suyos con cariño, era tildado de vanidoso y orgulloso con su protagonismo, que Severino en ningún momento poseyó, ni quiso poseer.

Todo aquello le obligó a tomar una decisión, se convenció interiormente de que en una nueva vida se encontraría con los suyos y les haría llegar el respeto y el cariño que en su día les negó.

Y el milagro de la fe que el mundo no cree que exista se produjo, efectivamente allí estaban, escogió la nueva vida, la que está entre tinieblas, la que nadie conoce por no tener regreso, y sí.. sí.. allí estaban los suyos, corrió raudo hacia ellos, se fundió en un abrazo, y en esos entrañables momentos, sólo se atrevió a pronunciar la palabra que ennoblece y enorgullece en su honor a quien la ofrece, y causa en quien la recibe el saldo de la deuda pendiente de cerrar... la palabra perdón.