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En pocas palabras

Antonio Sempere

Saber leer

La rueda de prensa más mediática del verano, la de Íker Casillas despidiéndose, corroboró por enésima vez lo que es una evidencia desoladora. Los españoles, incluidos los que cuentan con estudios superiores, son incapaces de leer un texto de un folio en voz alta sin equivocaciones, sin que se les trabe la lengua, se les encasquille una palabra, o sin perder la entonación en un momento del discurso.

No me refiero a los factores emocionales que en un momento dado pueden hacer quebrar la voz al comunicante. Eso es otra cosa. Casillas tuvo que interrumpir su discurso en varias ocasiones para liberar el lacrimal. Pero eso no cuenta. Fue en el discurso que aparentemente afrontó sereno, en aquellas líneas que logró acometer con limpieza, donde, como a cualquier hijo de vecino cuando le toca pronunciar en voz alta, ciertas palabras se le resistieron. Repasen los siete minutos y verán.

Y es que no nos han enseñado a leer en voz alta. A modular. A respirar. Y nosotros no hemos sabido paliar esta carencia aprendiendo por libre, cuando nadie nos ve ni nos oye. Escuchando a Íker, escuchando a tantos y tantos improvisados comunicadores que tienen que compartir en voz alta un folio en una asamblea, recordé todo lo que en primera persona he vivido desde hace quince años en mis talleres de Crítica, en los que reparto columnas de Opinión, e invito a que un portavoz los lea en voz alta, despacio, dándoles sentido, facilitando la comprensión. En la mayor parte de las ocasiones, el lector que se enfrenta por vez primera a un texto yerra, para, repite, trabuca varias sílabas, lee una palabra donde hay otra. Varían los acentos según me encuentre en Andalucía, Canarias o Madrid, pero la situación embarazosa casi siempre se repite. Con lo importante que debiera ser la habilidad de ser capaz de leer correctamente un texto a la primera. Visto lo visto, los planes de estudio no son en absoluto eficaces. Ello por no hablar de la comprensión lectora, de la asimilación al 100% de aquello que se lee. Pero ahí nos meteríamos en un enorme jardín, y no quiero salirme de mis casillas.

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