«Arte para comer: comer arte» fue el título de una exposición, celebrada hace veinte años en las salas de la Umaniaria en Milán, donde la comida, exhibida como una obra de arte, perdía su real función de alimento y asumía la de una muy deteriorable obra de arte, destinada a existir solo el tiempo de un evento, la simple duración de la exposición. Se trata de la categoría de lo «efímero» que afecta a mucho del arte contemporáneo, al cual podríamos asignar las grandes esculturas de chocolate que podemos admirar en el museo del Chocolate Valor, en La Vila Joiosa, en la provincia de Alicante; si bien con una sustancial diferencia precisamente en el sentido de su duración, en efecto, hace más de una docena de años, desde que la habilidad de Guillermo Xiu supo entresacar de bloques de chocolate de más de un metro cúbico varias figuras inspiradas en la antigua civilización azteca. Destaca entre todas la del dios Quetzalcoatl, «La serpiente emplumada», adorado en el antiguo México que, como narra la leyenda, les donó a los hombres el árbol del cacao para recompensarlos por el amor y la fidelidad de su esposa, que pagó con su vida no haber revelado el lugar del tesoro de los aztecas. La sangre de la princesa fecundó la tierra donde surgió el árbol del cacao, llamado cacahuaquahitl.

Perfectamente conservadas, las esculturas de chocolate se adaptan al contexto del museo y de la fábrica de chocolate de donde proceden los bloques de chocolate, destinados, después de haber sido esculpidos, a la exposición en las salas del museo mismo, en un proceso circular que envía al visitante a la fábrica, lugar de la elaboración de la materia prima, y desde aquí nuevamente al museo, el cual expone las esculturas de chocolate al lado de varias obras igualmente significativas de varios artistas. Como la de Evaristo Alguacil, autor de la instalación inspirada por un largo viaje por mar que el fruto del cacao tiene que realizar desde los lugares donde se cultiva, antes de llegar a España cubriendo grandes distancias que, en el pasado, se realizaba con embarcaciones rudimentarias, a las cuales Alguacil hace referencia predisponiendo la vela del barco en tela de cáñamo, no por causalidad del mismo material del que están hechos los sacos que contienen las almendras del cacao. Podemos admirar en el museo Valor tanto otras creaciones artísticas, como una elegante confección para los envoltorios de las chocolatinas Valor de Tytti Thusberg, artista finlandesa, ejemplo de «arte pobre», que acompaña en el museo a varios históricos accesorios de la elaboración del cacao, como hasta la realización final del chocolate. Todos ellos documentos que cuentan con sabiduría la historia de su producción tan al mínimo pormenor, tan al más coqueto aspecto ligado a su consumo en una verdadera ceremonia, con decoradísimas chocolateras junto a preciosas tazas y también toda la variedad de los cucharones para trata el chocolate líquido.

Se pueden descubrir en el museo Valor incluso los instrumentos fundamentales hoy en día superados por las modernas y sofisticadas maquinarias de la fábrica Valor, pero enormemente sugestivas por la constante referencia al duro trabajo de hombres y animales, rescatado solo por la revolución industrial. Es el caso del carretón empleado durante siglos tanto para el transporte de las almendras del cacao, después de su cosecha en las plantaciones de Ecuador, de Panamá y también de Ghana, como para el trayecto para llegar al lugar de trabajo, superado por el camión, cuya compra en 1929, representó un avance para la empresa Valor... y esto se puede intuir en el orgullo de algunos componentes de la familia cuando se hacen fotografiar al lado del vehículo. También la compra de la primera máquina de vapor, en 1949, por Valeriano López Valor señaló otro avance importante en el desarrollo de la empresa.

Prestando atención a las visitas guiadas que se realizan con cadencia horaria y que, el año pasado, han registrado alrededor de cien mil visitantes y ojeando el catálogo citado anteriormente, nos enteramos cómo el nombre mismo Valor, sobrenombre abreviado del fundador Valeriano, el cabeza de familia que empezó su gran aventura en 1881 en Ermita, localidad montañosa de la Comunidad Valenciana y solo diez años más tarde prosigue en la actual Villajoyosa. Aquí la empresa de familia continuó con los descendientes directos de Valeriano durante cuatro generaciones con diferentes aportaciones que han desarrollado la empresa de familia a la enseña, aceptada por unanimidad, de la calidad unida a la economicidad del producto. La marca Valor es reconocible hoy en día, no solo en España, sino también en Europa y, recientemente, incluso en los Estados Unidos de América.

El chocolate tiene una larga historia y el museo Valor, con la útil ayuda de su rico catálogo, nos la cuenta empezando por la planta del cacao, conservada en un invernadero cercano al museo, hasta la elaboración final del polvo de cacao a través de las máquinas de vanguardia de la fábrica, que dan ocupación a más o menos ciento veinte trabajadores.

Es un producto que aporta a España un gran reconocimiento en el mundo, como ocurrió en Milán durante la reciente Exposición Universal. En el pasado, España fue la primera productora en Europa de chocolate, el cual fue introducido por el conquistador Cortés en 1528 a su regreso de México. En efecto, en el Monasterio de Piedra, Zaragoza, se realizó la primera elaboración del cacao. Menos de un siglo después, al añadidura de azúcar lo hará más agradable al paladar. En origen, los aztecas efectivamente lo tomaban en estado líquido mezclado con varias especias, más tarde, añadiendo harina de maíz, trigo y cebada, podía ser distribuido en tabletas y dividido en onzas. Su importancia comercial fue tal que ya en 1523, como se lee en el catálogo del museo Valor, Pedro Martín de Anglería, miembro del supremo Consejo de Indias, escribiendo al papa Clemente VII, afirmaba que el cacao era una moneda a todos los efectos que, entre otras cosas, no predisponía a la avaricia dado que, siendo una bebida deliciosa y provechosa, no se conservaba por mucho tiempo.

Consumido, al principio, por las clases más ricas, el cacao llegó inmediatamente a todas las capas sociales imponiéndose ya en el siglo XVII en el comercio de importación de ultramar. Después de haber conquistado todas las clases sociales, es solamente en el siglo XVIII cuando llega a ser una verdadera pasión. Desde entonces España mantiene la prerrogativa de ser el «país productor de chocolate», conseguida en un segundo momento por Francia, después por Italia y, más tarde, Suiza, por otro lado meritoria y unánimemente reconocida por su variada elaboración del producto, y por último Inglaterra. En el rico e interesante catálogo del museo Valor, titulado «Chocolate, placer adulto», se lee que en 1771 un viajero inglés aseguró que los españoles eran los únicos en Europa que sabían preparar ¡un perfecto chocolate!

En su larga historia, desde el descubrimiento mexicano del árbol del cacao, el chocolate se impuso enseguida como un placer del gusto. Todos saben que el chocolate en su país de origen siempre se tomaba sin azúcar y con varias especias y, solo más tarde, en Europa, se consumiría azucarado y distribuido en tabletas. Con este propósito, hay que recordar cómo Valor, además de haber contribuido al progreso económico de su país con la producción a gran escala del chocolate, fue el primero que introdujo las tabletas de grandes dimensiones (medio kilo) normalmente de pequeño formato. Su gran mérito se deriva de haber creado un modelo único en su género, una original combinación de fábrica y museo comparable en España únicamente con dos otros ejemplos: el de Barcelona y el de Astorga, en León.

No causalidad que en el resto de Europa, los museos de chocolate se puedan contar con los dedos de una mano y estén distribuidos en Bruselas (Bélgica), en Lisle sur Torn y en Biarritz (Francia) y en Colonia (Alemania). Mientras que en el mundo, siguiendo el ejemplo de Estados Unidos y Canadá, que han sido los pioneros, bajo la estela de la moderna concepción de «museo del territorio», últimamente se están difundiendo por todas partes.