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El fuego y las cenizas

La Ciudad de la Justicia de València, el buque insignia de los edificios judiciales de la Comunidad, la hermana rica a la que se ha venido mirando con envidia desde las obsoletas, desbordadas, destartaladas y, utilizando un término tan coloquial como ajustado a la realidad, viejunas instalaciones judiciales de Alicante, ha tenido que bajar persiana por un desafortunado incendio que ha logrado burlar la inteligencia de un edificio que se construyó, y se pagó, como inteligente. Algo de lo que alguien tendrá que responder. En su más de una década de existencia, el lustre de la joya de la corona de las infraestructuras de la administración de Justicia en esta autonomía ha brillado con luz propia contrastando con inmuebles como el de la Audiencia de Alicante, por citar sólo un ejemplo, donde a falta de posibles incluso para cambiar una instalación eléctrica del siglo pasado (que también llegó a dar algún susto aunque de menores consecuencias que el de Valencia) se tuvo que conformar con un lavado de cara ante la tozuda realidad de que la Ciudad de la Justicia ni estaba ni iba a llegar, por mucho que nadie cuestionara su necesidad. ¿Y qué decir del Palacio de Justicia de Benalúa con unas dependencias que, tal es el caso de la Fiscalía, tienen más de mazmorra que de salón palaciego? Un edificio cuya remodelación prometió la consellera Bravo nada más llegar, un compromiso que confiemos en que los rescoldos del incendio de València no terminen por convertir también en cenizas.

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