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Música Crítica

La calidez del norte

Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo

Auditorio de la Provincia de Alicante (ADDA), Sala Sinfónica

Nicolai Luganski, piano. Sakari Oramo, director. Obras de Staern, Prokofiev, Mahler y Alfvén

La cada vez más tensa vida de Gustav Mahler en la Viena de finales del siglo XIX tuvo su punto de inflexión en la visita que hizo a un médico de fama, judío como él, que le podría ayudar a sobrellevar sus cada vez mayores problemas tanto personales como profesionales. El médico en cuestión se llamaba Sigmund Freud y las conclusiones que sacó de su psicoanálisis han servido desde entonces para comprender los contrastes, absurdos en ocasiones, que encontramos en las obras del compositor bohemio. Esos contrastes se ven ya presentes desde la Primera Sinfonía que compuso a los veintiocho años y que el pasado viernes nos trajo hasta el ADDA la Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo en una versión que buscó polarizar en la medida de lo posible esos contrastes: la charanga sonó casi a distorsión y los momentos de introspección íntima llegaron a ser sublimes. Las diferentes secciones de la orquesta brillaron con la riqueza orquestal de la obra mahleriana y, entre ellas, hay que destacar la sección de metales, sección de la que forma parte la alicantina Mónica Berenguer Caro que estudió en los conservatorios Profesional y Superior de Alicante y que pertenece de manera estable desde hace unos años a la plantilla de dicha orquesta.

La primera parte la abrió el preludio para orquesta sinfónica Jubilate del compositor sueco Benjamin Staern que siguió los patrones tan de moda, especialmente en el mundo de la banda, de crear obras con abuso de la percusión y de los efectos orquestales sin más intención que la de esos propios efectos y que terminan por sonar todas de una manera tan similar que parece que estén hechas con plantillas de copiar. Completó la primera parte el Concierto nº 3 en do mayor Op. 26 para piano y orquesta de Sergei Prokofiev con la actuación como solista del pianista Nikolai Luganski. El solista ruso encontró en el concierto de Prokofiev un escenario ideal para desarrollar las características de su pianismo: un cuidado sonido, una gran capacidad para desarrollar con claridad la evolución de las secciones y una claridad de articulación que aparece como exigencia máxima en la obra con una orquesta que acompañaba con frescura e intensidad el devenir de la obra.

El concierto se cerró con una propina, como no podía ser de otra manera, de un autor sueco: La danza de la pastora perteneciente a El rey de la montaña Op. 37 de Hugo Alfvén. Obra brillante de rico colorido orquestal que vino a demostrar y apuntalar el gran nivel que la Orquesta había venido manifestando a lo largo del concierto.

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