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¿A qué sabe Alicante?

A juicio del afamado repostero Jordi Roca, un helado alicantino sería una mezcla de horchata y turrón. Es posible, aunque seguro que cada uno de ustedes destacaría un sabor distinto en función de su pueblo e incluso de su barrio. En esto hay mucho de evocación, de recuerdos infantiles, de olores y de vivencias. A mí, Elda, mi ciudad, me sabe a gazpachos con conejo, a «fasiguras» y a suspiros de azúcar mientras que Alicante me sabe a mejillones al vapor y a alioli. Cosas de la niñez, supongo. El año pasado, la Universidad acogió un concurso a la mejor elaboración de un helado que supiera a Pinoso. A mí, Pinoso me sabe a embutido. Para un helado parece raro, aunque algún gastrónomo animó a los concursantes a inspirarse en la longaniza seca. Al final ganaron un helado de galleta de perusa y otro de uva, romero y aroma de pino. Muy del lugar. A un compañero ilicitano, Elche le sabe a arroz con costra y a mantecado. Y a otro, Torrevieja le sabe a algas marinas, un sabor que asegura tener en la punta de la lengua todos los días.

Una de las mejores características de esta provincia es su diversidad cultural, geográfica y, por supuesto, gastronómica. Para no complicarnos la vida, si un extraño nos pregunta por un plato que nos caracterice, posiblemente muchos nombráramos los arroces, aunque uno con conejo y caracoles tiene que ver con un arroz a banda como un higo a una perdiz, pero algo hay que decir. Hay tanto... Hagan la prueba entre sus amigos y pregunten a qué les sabe Alicante. Yo he consultado a varios compañeros y cada uno tiene una respuesta más relacionada, creo, con sentimientos que con paladares. Alicante sabe a fondillón, y a caldero, a dátiles y a gambas, a tomillo, a sal, a uva, a mojama y a chocolate. Y también a helado de horchata y de turrón, claro.

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