Exactamente en el Paseíto Ramiro número 9, habitación del fondo, cuando las madres parían en sus casas. Frente al mar, el Mediterráneo, la playa, el Postiguet, que era extensión de esparcimientos y diversiones del Paseíto, en ambos lugares jugábamos al fútbol hasta la extenuación con aquellas pelotas de plástico. El puente de piedra hacía fácil las idas y venidas de un campo a otro, de la arena a la tierra. Pololo, Paco, Carlos, Ignacio, Basilio, Luis, eran nuestros nombres, que tras el chapí-chapó se tornaban en los de José Juan, Balasch, Ricardo García, Marquitos, Torres, Paqui, Toledo o Ramón. Sudando a chorros, subíamos a nuestras casas para, tras comer, seguir dándole a la pelota en aquellas tardes interminables de verano.

Me crié en el seno de una familia herculana que rezumaba pasión por los colores blanquiazules. Nuestro enemigo siempre fue el Elche, en aquellos años en Primera mientras nosotros andábamos renqueantes por Segunda, incluso un par de años por Tercera. A mi abuelo materno, que fuera presidente, no llegué a conocerlo, pero tanto en sobremesas de casa como en las de Casa Ros, los domingos antes de ir a La Viña, su nombre y sus andanzas herculanas salían a relucir.

Del Valencia, si les digo la verdad, ni mentarlo. Como mucho el año que militamos en Primera y al que derrotamos en casa por 4-1, o por los cromos de los Mestre, Claramunt, Guillot o Waldo. Pero no eran nuestros rivales acérrimos, nunca lo fueron, el derbi era contra los franjiverdes. Si acaso pasado el tiempo, cuando militando en Primera de nuevo, aquellos líos con la televisión valenciana y las malditas subvenciones que llevaron a los desafortunados gritos en las gradas del Rico Pérez de «Puta Valencia».

La primera vez que fui al campo del Valencia con mi familia fue en febrero del 66 para ver jugar al Hércules con el Mestalla, perdimos 1-0 pero tras una racha de siete partidos sin perder subimos a Primera.

Luego vinieron aquellos maravillosos años de casi una década en Primera, desde mediados de los setenta a mediados de los ochenta, en los que hubo encontronazos, sobre todo en aquella tarde en la que Pepe Kustudic le hizo un tres a Manzanedo y Botubot todavía lo sigue buscando. Y poco más, nunca fueron santo de nuestra devoción, pero tampoco una inquina obsesiva. Que ufanos nos hayan mirado por encima del hombro más de un valencianista por tener que competir con su filial en demasiadas ocasiones, tampoco es que se le diera mucha importancia por estos pagos. Hasta lo del domingo. Por ahí sí que no pasamos, «vamoraver», que no.

Humillaciones ni una, y lo del domingo en el Puchades, «quina vergonya» para la memoria de un referente del fútbol español, lo fue con todas las letras. Pues ya no se está faltando el respeto al herculanismo, sino a la ciudad de Alicante, es más, me atrevería a decir que a la provincia.

Exigir en taquilla el carnet para comprobar que el que quería acceder al interior del Puchades no era alicantino, no es ya un insulto, sino que pudiera muy bien considerarse como una afrenta a nuestra Carta Magna, en concreto contra su artículo 14, cuando dice «los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social».

Hace unos días ha rulado por las redes sociales un WhatsApp que con el fondo de las hogueras, la romería, la mascletá y la procesión de Santa Cruz rezaba sobre corazón azul «yo no elegí nacer en Alicante, simplemente tuve suerte». «La nostra terreta» no puede admitir que se le insulte impunemente. No valen las declaraciones de la concejal Gayo diciendo que el comportamiento de la directiva valenciana «roza lo antideportivo». Esto va mucho más allá, Gayo. No debe ni puede quedarse en una conversación versallesca de ofendidos e injuriosos que han agraviado de obra contra razón y justicia a cientos de vecinos de tu ciudad desplazados a la capital de la Comunidad.

Ni tampoco cabe que el Hércules se limite a pedir explicaciones a la entidad valenciana, el bochorno exige más contundencia en la respuesta de las instituciones alicantinas, tanto de las públicas como de las privadas. Cuando el tema de las subvenciones de las Universidades todavía está reciente, viene lo del domingo a calentar más el ambiente de los desaires de Valencia para con Alicante.