El joven Federico era un niño débil, tenía problemas de visión y era incapaz de correr con la suficiente velocidad para poder participar en los partidos de béisbol que organizaban sus compañeros. Pero, Federico era lo suficientemente inquieto como para conformarse con ser un mero espectador, así que empezó a definir estrategias que trataran de evitar las carreras inútiles de sus compañeros durante los partidos. Es probable que aquellas tardes influyeran para que, en su madurez propusiese lo que se denominó «la organización científica del trabajo». Este modelo revolucionó totalmente la industria a principios del siglo XX. Federico o, mejor dicho, Frederick Winslow Taylor, fue el responsable de las cadenas de producción tan irónicamente retratadas por Charles Chaplin en Tiempos Modernos y que, entre otras cosas, permitieron a H enry Ford producir grandes unidades de coches prácticamente iguales, el famoso Ford T, a un precio competitivo.

El modelo de Taylor se basaba en eliminar al máximo el tiempo no productivo de los trabajadores, pero también en diferenciar claramente los conceptos de directivo y empleado, dejando a estos últimos las responsabilidades de las tareas más mecánicas, de forma que no tuviesen ni que pensar en cómo hacerlas.

Algunos autores han realizado comparaciones entre estos modelos de producción en cadena con lo que debería ser la formación de nuestras generaciones de estudiantes. Asisto con preocupación cómo desde más asociaciones e incluso direcciones generales se empieza a cada vez más infravalorar el valor del buen docente, como en cierta forma propugnaba Taylor con los operarios de las cadenas.

El último campo de batalla ha sido el de la realización de los deberes escolares. El secretario autonómico de Inclusión e Igualdad, Alberto Ibáñez calificó en Twitter la publicación la Ley valenciana de Infancia y Adolescencia el día 25 de diciembre como «un regalo para todos los niños, niñas y adolescentes valencianos». El mensaje fue compartido por la vicepresidenta y consellera de Igualdad, Mónica Oltra. Uno de los objetivos de la ley es que los «niños sean protagonistas del presente», yo me permito añadir «aunque sea a costa de su futuro». Probablemente ambos no leyeran en su juventud el famoso cuento de «la cigarra y la hormiga» o quizá yo lo haya leído muchas veces. Y es que la ley establece el acceso al ocio educativo como un derecho, con la carga lectiva en horario escolar para que los niños «no estén cargados de deberes» cuando llegan a casa.

Quizá el problema es que no tengamos claro cuál es el objetivo de la educación en todas sus etapas. ¿Guardería de jóvenes hasta su mayoría de edad?, ¿formar personas?, ¿preparar a los jóvenes a enfrentarse con éxito a los retos del mañana?, ¿un poco de cada una de estas opciones?

Esa formación, adicionalmente al horario escolar, conlleva la polémica tarea de los deberes. Hay centros o profesores que parecen abusar de ellos, mientras otros expertos aseguran que no son necesarios en absoluto. Además, a la mayoría de los padres les molestan, ya que les suponen un esfuerzo añadido con sus hijos sobre tareas que en muchos casos no conocen. Pero tiene su lado positivo, espero que mis hijos, por ejemplo, valorarán mis esfuerzos en tratar de descubrir la velocidad a la que caía la piedra por las pendientes de los famosos problemas de física o el entusiasmo que ponía al preguntarles acerca de la literatura valenciana del siglo XVIII.

Yo pienso que desde los centros escolares y su equipo de profesores son los que deben definir el modelo de trabajo. En última instancia, la persona idónea para conocer qué deberes tiene que realizar en casa cada uno de los jóvenes, es el profesor o profesora. El buen profesor debería conocer las fortalezas y debilidades de cada uno de sus alumnos y, por ende, qué tareas adicionales debería realizar, y por supuesto, como deben ser planteadas. Pero en cambio, como en Taylor, son los políticos los que tratan de fijar estar tareas desde la lejanía del aula, como cuando los americanos desearon ganar la guerra de Vietnam desde Washington. Considero mejor, aunque posiblemente de mayor coste, aplicar una máxima de la que se ha venido a denominar «Metodologías Ágiles» y que sustituyen en la actualidad a los postulados de Taylor. Lo dijo Ken Schwaber sobre gerentes y miembros del equipo en desarrollo software, pero se puede aplicar a los responsables educativos y profesores: «El trabajo más importante de un jefe es ayudar a la gente que hace el trabajo. Dales unos objetivos y déjalos trabajar. Elimina cualquier impedimento que se interponga en su camino y haz cualquier cosa que los haga más efectivos o productivos". Quizá sea la solución, aunque nos faltaría ponernos de acuerdo en los objetivos a cumplir.