El viernes de la semana pasada acudí, como de costumbre desde hace ya mucho tiempo, a la cena literaria que se celebra mensualmente en un conocido hotel de Elche. En esta ocasión, contamos con la presencia de la periodista y escritora Marta Robles. Como es habitual en este tipo de eventos, tras la cena y el posterior coloquio con la autora sobre su último libro, cumplimos con el ritual de pedirle que nos firmara una de sus obras, en mi caso su novela Luisa y los espejos, galardonada con el Premio de Novela Fernando Lara en el 2013.

Pero, no les voy a hablar en esta ocasión ni de la novelista española ni de esta novela, pues no he tenido tiempo de terminarla, aunque estoy a punto, sino de un mito al que alude en uno de sus pasajes: el de la separación en dos de unas criaturas que unían en sí la parte masculina y femenina y eran tan poderosas que los dioses temían que les hicieran sombra, por lo que Zeus decidió partirlas. Al leer este pasaje, me vino a la cabeza, inmediatamente, otro, de uno de mis libros favoritos, Kafka en la orilla, del japonés Haruki Murakami, que dice lo siguiente: « Según Aristófanes en El Banquete de Platón, en la antigüedad había tres tipos de personas. En la antigüedad la gente no era simplemente masculina o femenina, sino que pertenecían a una de estas categorías: masculino/masculino, masculino/femenino o femenino/femenino. Dicho de otra forma, cada persona estaba hecha por los componentes de dos. Todo el mundo era feliz con esta disposición y nadie se planteaba nada. Pero entonces, Dios cogió un cuchillo y cortó a todo el mundo en dos, justo por el centro. De modo que a partir de entonces, el mundo se dividió en masculino y femenino, y la consecuencia fue que la gente dedica su tiempo a intentar localizar a la mitad que le falta».

En consecuencia, según este mito, cada uno de nosotros somos la otra mitad de un todo humano, y el amor es la búsqueda de la plenitud. Amor que, según se describe, puede ser entre un hombre y una mujer, entre dos hombres o entre dos mujeres, dando una explicación para la época de la necesidad del hombre de buscar una relación amorosa, ya fuera homosexual o heterosexual. Sin embargo, esta historia no pretende sólo explicar el origen de la atracción sexual, sino que sirve también como una advertencia: los humanos fueron divididos en dos mitades a causa de su excesiva ambición, y eso podría volver a suceder.

Traigo a colación este mito griego fundamentalmente por dos motivos: uno de índole literaria, pues es sorprendente como textos tan antiguos tienen aún una repercusión en la obra de autores contemporáneos tan distintos en apariencia, Murakami, hombre y japonés, Robles, mujer y española. El otro por una curiosidad digamos sociológica: la homosexualidad estaba aceptada en la antigua Grecia, pero en nuestras, en teoría, avanzadas sociedades occidentales, hemos tardado siglos en hacerlo.

Sin embargo, la civilización helenística, cuna de la democracia y tan liberal en apariencia, sólo era democrática y abierta para una pequeña parte de su población: los hombres libres. En efecto, gran parte de los hombres carecían de derechos políticos, pero en el caso de las mujeres, su condición estaba absolutamente supeditada a la figura de un tutor masculino, del que dependían por completo y sin cuyo consentimiento no podían tomar decisión alguna.

En los tiempos que corren esa dependencia de la mujer respecto de un hombre, parecería totalmente absurda. Sin embargo, la historia nos muestra, por ejemplo, que las mujeres españolas no tuvieron derecho al voto hasta 1931 y que, hasta 1981, ¡sí, 1981!, las mujeres debían pedir permiso a su marido para poder trabajar, cobrar su salario, ejercer el comercio, abrir cuentas corrientes en bancos, u obtener su pasaporte o DNI.

Precisamente, el pasado viernes se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, declarado como tal por la ONU en 1975. En España, esta celebración vino acompañada por la convocatoria de una «Huelga Feminista», en la línea de las multitudinarias marchas que tuvieron lugar el mismo día hace un año. Es muy probable que la proximidad de las innumerables citas electorales que tenemos en el horizonte cercano haya sido la causa de la politización de esa jornada, ojalá no hubiera sido así. En este asunto, como en tantos otros, nada se consigue confrontando diferentes ideologías. La inmensa mayoría de la ciudadanía tiene claro que la igualdad efectiva para que hombres y mujeres tengamos las mismas oportunidades debe ocupar un espacio de centralidad en las políticas públicas, hasta que llegue un día en que no sea necesario un día como el 8 de marzo.