Ramón nació en Alicante, tiene cuatro meses y está sano. Sephora nació en Costa de Marfil, tenía 13 meses y yace en el cementerio de Gran Canaria. ¿Qué tienen en común? Ramón no vino en patera, pero sus padres sí, Favour y Raymond, que formaban parte del nutrido grupo de inmigrantes subidos en barcazas, huyendo de la miseria y el hambre y en busca del sueño europeo, y a los que el Aquarius rescató de la muerte. Como cuenta mi compañero Pablo, quieren dejar atrás el infierno de Libia y mirar hacia el futuro.
Sephora, por contra, no tendrá la oportunidad de pisar la playa, ver el sol, vivir. Su madre, Ruth, la llevaba dentro de un paño típico africano en la espalda y, al desembarcar en un patera en la costa grancanaria, se soltó el pañuelo y la pequeña cayó al agua. Cuando su madre se dio cuenta, ya era tarde, las aguas se la habían llevado. Un hombre encontró el cuerpo flotando de Sephora días después y su madre el único ¿consuelo? que tiene es que ha podido enterrarla.
La desesperación de Ruth y la alegría de Favour. Así es este mundo, de contrastes, de claroscuros, de buenos y malos, de los que quieren ayudar y los que quieren deportar, de aquéllos que se suben a bordo de barcos como el Aquarius para socorrer a inmigrantes y de aquellos que ponen todo su empeño en impedirlo.
¿Cuántas más Sephoras necesitamos que mueran? ¿cuánto más sufrimiento deben padecer madres y padres que se juegan la vida porque no hay vida de dónde proceden? Hace diez años, cuando escribía del tema, me refería a la inmigración como un drama social. Una becaria me dijo un día que le parecía excesivo el término y, cuando me la encontré años después, me contó que a su profesora de Comunicación le parecía exagerado.
Que se lo pregunten a Ramón. A Sephora ya no podemos.
