Desde que se estrenara con escaso éxito aquel ya lejano 28 de marzo de 1844, cada 1 de noviembre Don Juan Tenorio se asoma a los escenarios de muchas ciudades de España, renovando así una tradición propia de Todos los Santos.

Sevilla o Alcalá de Henares vienen disfrutando desde hace años de sugerentes puestas en escena de la obra en espacios admirables.

Por estos lares, eso pasó a la Historia hace mucho. La invasión «Halloweeniana» se ha enseñoreado de esta fecha hasta tal punto que las instituciones culturales locales contribuyen notablemente al aumento del éxito de este pastiche norteamericano.

Por eso se agradecen iniciativas como la que tuvo lugar en la sede de un conocido cenáculo cultural local durante la tarde noche del 31, al recuperar el Tenorio interpretado por el grupo Carasses de Petrer.

No hubiera estado de más -pienso-, que en fecha tan apropiada hubieran dado comienzo los actos conmemorativos del centenario de «nuestro» Tenorio (el «Dos tubos un real»). Efeméride digna de celebración si tenemos en cuenta que en Elda resulta un hecho verdaderamente extraordinario que se conserve casi casi inalterable una manifestación cultural durante un siglo, tan dados como somos a la continua mudanza de nuestras costumbres. Así que mi reconocimiento hacia todos aquellos que a lo largo de un siglo han contribuido a su mantenimiento.

Sin embargo, no me resisto a dejar alguna sugerencia a modo de infinitesimal contribución a la efeméride, a riesgo -más bien certeza-de no tener favorable acogida ni por la Junta Central de Comparsas ni por su compañía de teatro.

Me estoy refiriendo, por un lado, a que quizá fuera una buena ocasión para adaptar la obra al tiempo actual. No se trata de reescribirla, sino de hacerla más atractiva y accesible a un público joven que lo acerque al teatro.

Aunque a bote pronto pudiera sonar sacrílego para muchos puristas, pensemos en que el «auténtico» Tenorio viene siendo adaptado con gran éxito de forma constante -hasta algún musical se ha montado- para las representaciones anuales que tienen lugar en Madrid o en Alcalá, por poner solo dos ejemplos.

La tradición no está reñida con la adaptación a los tiempos, siempre que se conserve la esencia. Porque lo que resultaba gracioso y chusco a principios del siglo XX ya no lo es -o no es entendido- en el siglo XXI; con el agravante de que se trata de una obra humorística local, no universal.

Por otro lado, sería saludable abrir puertas y ventanas para aventar tanto al elenco como a la dirección de la obra. De tal manera que los actores no sean elegidos simplemente por su pertenencia a asoleradas estirpes festeras o que hayan participado tradicionalmente en su representación, junto a amigos y allegados, sino en función de sus dotes interpretativas y vis cómica, que seguro que los hay. A la vez que no estaría de más incorporar -¿por qué no?- a alguna mujer. Hoy día, el solo hecho de que un hombre se vista de mujer no hace reír.

Y todo ello con el loable fin de atraer a las nuevas generaciones al teatro, que es la forma de favorecer su pervivencia. Basta echar una ojeada a las localidades del teatro durante las funciones para detectar que la media de edad del público rebasa con creces la cuarentena.

A pesar de lo dicho, sospecho que se seguirán realizando los clásicos parcheos más o menos jocosos sobre la actualidad de cada momento.

Así que, para que vean que soy positivo y quiero contribuir a toda costa, ahí va otra sugerencia: Que en la lista de fechorías que Don Juan y Don Luis se leen mutuamente en la taberna, se incluya la relación de «logros» de nuestro gobierno local. La carcajada de actores y público está garantizada? a menos que nuestro admirado alcalde regrese al papel de Don Luis Lejías que representó durante un tiempo (verdaderamente, este hombre ha tocado todos los palos festivos). O sea.