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Niños de hoy

¿Derechos de la infancia?

El día 20 de noviembre se ha celebrado «El día internacional de los derechos del niño». Hay otro día que conmemora «El día Universal de la Infancia» y creo que existen bastantes días más de este tipo. Pero a pesar de que la intención es buena, y que parece que estas celebraciones se refieran a todos los niños, considero que no queda del todo claro de qué niños son de los que se está hablando.

¿Hablamos de los que desayunan, comen, meriendan y cenan todos los días o de los que sólo comen bien en el comedor de su colegio, o cuando tienen suerte? ¿De los que tienen familia, casa, ropa, escuela y médico a su alcance, o de los que carecen de estos imprescindibles bienes? ¿De los que pueden dormir tranquilos o de los que deambulan por los caminos buscando asilo y huyendo de guerras, odios, represalias y otros desastres? ¿De los que se sienten seguros y contentos o de los que padecen enfermedad, pena, hambre o desgracia? ¿De los que tienen un entorno que los quiere y los cuida o de los que son ignorados, maltratados, abusados o abandonados?

Porque niños hay muchos y son demasiados los que están a falta de lo que necesitan, que en unos casos es comida, en otros afecto, seguridad, casa, salud o familia. Incluso los hay que están rodeados de confort, pero escasos de atención, de tiempo, de presencias importantes, de contención, de escucha, de alegría. Y es que es difícil hablar de la infancia en singular. ¡Hay tantas infancias! Algunas pasan por nuestro lado cada día y ni nos damos cuenta, a pesar de que el contraste entre las infancias desasistidas y las bien surtidas es abismal.

Hoy he querido nombrar aquí a los innombrados, porque necesitaba hacerlos presentes, invitar a visualizarlos, darles un lugar en nuestros pensamientos. No sé si ha sido a raíz de ver cenar a mi nieto de diez años, con su satisfacción al comer, o quizás haya sido al recordar lo que me contaron las maestras de una de las escuelas de nuestra ciudad que tienen una hucha para darles desayuno a los niños que llegan a la escuela sin tomar nada.

Y es que hay personas que no miran hacia otra parte, sino que se implican y nos dan pistas de cómo actuar. Unos desde los equipos directivos de los centros, que detectan las problemáticas y se ponen en contacto con servicios sociales para atender en lo posible a cada niño y a cada familia en apuros. Otros desde las responsabilidades políticas y sociales. Y muchos desde su sitio de maestros con sus actitudes de cercanía, escucha, atención, afecto? y galletas para sus alumnos. Lo preocupante es que estas cosas estén pasando.

Hace poco me preguntaron cuál era el derecho de las niñas y los niños que primero me venía a la cabeza y al corazón, y respondí que es «el derecho a ser niños», es decir, a moverse, a jugar, a entretenerse, a curiosearlo todo, a palpar la realidad, a imaginar, a fabular. Porque estoy viendo que se estila cada vez más «adelantarlos», estimularlos de continuo con las pantallas y los aprendizajes, quemar etapas para que crezcan a toda velocidad, saltarse el contarles cuentos y cantarles nanas, el llevarlos al campo o a la playa para que sientan, toquen y se maravillen con todo lo que vean, o el escuchar sus balbuceos o sus enfados y animarlos al asombro, a las palabras, a la fantasía, a la amistad.

Los niños pequeños necesitan su tiempo para crecer sin presiones desde su lugar y sus maneras. Necesitan presencias, cariños y compañía. Las máquinas son solo un sucedáneo, un simulacro de vida. Nunca será lo mismo jugar con un amigo que ver a Pepa Pig. Y aunque las carencias que nombraba al inicio son más preocupantes que éstas que nombro ahora, todo hace al conjunto de una infancia encumbrada en los discursos, pero abandonada en las actitudes y en las soluciones a sus problemáticas vitales.

Cuando enumero estas realidades que afectan al cuerpo y al alma, encuentro bastante pobre que nos dediquemos a celebrar testimonialmente estos días conmemorativos. Se nos llena la boca de grandes palabras: la igualdad, los derechos, la solidaridad o la justicia. Y sobre ellos debatimos, razonamos y reivindicamos, pero todo eso puede quedarse en papel mojado si no actuamos con eficacia para ver y escuchar tanto a esa infancia «adultizada», apremiada y sometida a las máquinas, como a esa otra infancia desasistida, tapada e ignorada. Y ambas están aquí mismo, muy cerca de nosotros.

¿Derechos de la infancia? Sí, luchemos por ellos. Desde los de subsistencia, hasta los de disfrutar del gozo de vivir una niñez equilibrada, feliz y saludable.

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