Buen domingo, alicantinos.

Florentino Elizaicin al aparato, desde El Parnasillo. Ya sabéis? aquí arriba, en tertulia con viejos alicantinos de pro.

Precisamente estamos esta mañana charlando con un antiguo alcalde de Alicante, un hombre que ha corrido mundo?

-Sí, correr mundo corrí, desde luego. Estuve en la División Azul, no le digo más. Por entonces eso era la bomba.

- Desde luego, don Agatángelo, desde luego.

-Yo fui farmacéutico, y político, claro.

-Claro. Fue usted, señor Soler, concejal del Ayuntamiento de Alicante, alcalde entre 1954 y 1963 y procurador en Cortes y miembro del Consejo Nacional del Movimiento.

-Y a mucha honra, amigo Florentino. De hecho, yo fui de los pocos que votó en contra de la designación del señor Borbón como sucesor de Franco, en 1969. ¡Con un par!

-Con un par, desde luego. Porque no sería fácil.

-No lo fue, no. Pero las ideas son las ideas. Y mantenerlas, aunque sea a costa de contrariar al Caudillo es, sencillamente, lo que hay que hacer.

-Sí, aunque eso esté pasado de moda. Ahora se habla del pragmatismo.

-Paparruchas. Hoy digo que no dormiría con Podemos en mi gobierno y mañana le doy cuatro ministerios al tío de la coleta. Eso es el chaqueterismo de toda la vida.

-Bueno, amigo Agatángelo? que hoy no hemos venido a hablar de política.

-¿Ah, no? ¿Es que hay alguna otra cosa en la vida que no sea política?

-Visto así? Yo le quería preguntar por su impresión acerca de la evolución de la tecnología en la Tierra. Más concretamente: ¿Qué le parece el tema de los robots?

-¿Que qué me parece? ¿Qué quiere que le diga? Mire usted, don Floren: Yo era farmacéutico. ¿Cree usted que algún día un cliente va a ir a una farmacia y pedirle consejo a una máquina, por muy inteligente que sea y por muchos algorritmos de esos que tenga? A mí me parece que la inteligencia artificial -que es una contradicción en los términos- se va a quedar a mitad de camino. Sí, habrán robots que serán poco más que juguetes caros, pero la verdadera inteligencia seguirá siendo patrimonio humano.

-Bueno, amigo mío, en eso contradice usted a los científicos.

-Es la historia de mi vida. Siempre he «contradecido», como ve. Aunque he de decirle que también fui miembro de la Asociación Defensora de los Intereses de Alicante, que se creó en 1978, no se vaya usted a creer.

-Comprendo. Pero le decía que he leído un estudio de la OCDE que pone de manifiesto que el 14% de los empleos tienen un alto riesgo de automatización mientras que un 32% sufrirá una transformación radical por el avance de la tecnología.

-A eso me refiero. Que los robots esos no hacen sino amenazar a nuestros tataranietos. Quizá para hacer los trabajos más áridos, las tareas más rutinarias? Ahí es donde los robots pueden ser útiles.

-Yo creo que no va a ser exactamente así. La robótica va a exigir la creación de empleos muy cualificados, la superespecialización, inevitable por otro lado.

-Pero eso va a polarizar la sociedad entre unos pocos que reciban educación de primer nivel y otros muchos que solo podrán optar a trabajos rudimentarios, reduciendo la clase media.

-Pero eso siempre ha pasado, de una u otra manera. Fíjese que ahora mismo, la cúspide de la tecnología es el robot cirujano Da Vinci. Tiene una precisión imposible para el ser humano y accede a lugares inaccesibles. Pero a la vez exige una alta especialización de los médicos.

-Pero el cirujano siempre estará. A mí no me gustaría que me operara un robot solo.

-Ciertamente. Lo imprevisto no lo va a poder resolver el robot... por ahora.

-Yo solo sé que en España una de cada 5 personas tiene miedo a perder su trabajo por un robot de aquí a 10 años.

-Así es. Pero el reto es convertir ese temor en un motor para la mejora en la cualificación y la adaptación a los tiempos nuevos. Porque, no le quepa duda, amigo Agatángelo, humanos y robots estamos condenados a entendernos.

-¿Cual es su receta, entonces?

-Pues la de siempre. La que ha sido toda la vida, desde que el hombre es hombre: Educación, educación y educación.

-¡Ave María Purísima!