Nos hemos acostumbrado al boletín diario en el que se nos advierte de que la vida es mucho más fugaz de lo que nos imaginábamos. Que la vida no solo son objetivos, compras, ventas, copas, fiestas. Que la vida no solo son aspiraciones. Un estado, el de alarma, que nos ha traído la desgracia de no poder despedir a quien nos quiere, darles un abrazo o un beso.

La Covid-19 nos ha puesto el freno; ha hecho que parásemos un ritmo frenético y que empecemos a tomar conciencia de que lo inmediato, en muchas ocasiones, no es lo verdaderamente importante. Importante es aquello que nos hace más humanos, que nos implica, que nos ayuda a creer que el futuro no es tan bueno si olvidamos que alguna vez pertenecimos a una sociedad en la que lo emotivo no dejó de estar de moda.

Economistas de todo el mundo están intentando predecir cuáles serán las consecuencias que soporten las economías de los países desarrollados; olvidando, como no, cuáles son las implicaciones que esta pandemia mundial va a traer en aquellas economías más débiles que, tradicionalmente, han aguantado los vaivenes de un modelo capitalista globalizado capaz de generar injusticias a golpe de talonario.

Abaratar costes nunca ha estado más en cuestión. Hemos vivido cómo en muchos lugares de nuestro territorio, el saqueo a las arcas públicas ha supuesto un proceso de desinversión en materia sanitaria. Aquí, en la Comunidad Valenciana y desde el 2015, con los gobiernos del cambio, vivimos un proceso contrario: volvimos a la gestión pública de hospitales gracias al desarrollo de políticas en las que no se primaba el rédito económico sino lo que se ponía en alza era la rentabilidad social. Apostar por un modelo en el que se universalicen los derechos, por tanto, se convirtió en una forma de entender que lo público ha de prevalecer siempre frente al interés privado.

Al acabar esta pandemia, debemos poner en cuestión los valores que ha traído un capitalismo que nos ha deshumanizado. Que nos ha hecho elegir entre lo económico y el derecho más básico; el de la salud. Que nos ha convertido en consumidores de productos fabricados a base de la vulneración de los derechos humanos y de la infancia.

Hoy no podemos caminar por unas calles vacías. El día que lo podamos hacer, faltará mucha gente que hasta ahora ha sido indispensable. No hubo abrazos. No hubo acompañamiento en los hospitales. No hubo ni si quiera una palabra de despedida a esas personas que nos han dejado por un virus que ha puesto en jaque todos nuestros esquemas económicos y sociales.