unca sabremos cómo hubiera evolucionado la pandemia si este hubiera sido un verano normal. Es decir, si España se hubiera llenado de turistas y los españoles hubiéramos viajado por el mundo como cualquier otro verano. Problemas más graves y acuciantes que las vacaciones nos aguardan en la rentrée: los rebrotes, la vuelta al cole, el regreso al trabajo. El avance del virus marca la agenda. Va ganando. No nos deja ver más allá del día siguiente. A pesar de esas urgencias, deberíamos tomar nota de lo ocurrido este verano con el turismo y no esperar a que el verano que viene se nos eche encima. Se ha demonizado el turismo como una de las principales causas de la pandemia. Y no ha sido así. Los llamados «casos importados» no han sido relevantes. En cambio, el virus se ha cebado con quienes se han quedado en casa. Los brotes de las celebraciones de cumpleaños, de las reuniones familiares, de las fiestas improvisadas en el bar de al lado así lo demuestran. Cerca de casa, en familia, nos sentimos más protegidos y nos relajamos. En cambio, cuando viajamos a sitios extraños nos sobreprotegemos ante lo desconocido. Los turistas con los que he compartido vacaciones este verano en París, en Gandía o en Madrid han sido mucho más rigurosos que la población local a la hora de tomar medidas frente al virus. Lo único que los diferencia de los demás ciudadanos es la denostada movilidad. No podemos renunciar al turismo, porque también nos va la vida en ello. Debemos buscar nuevas fórmulas, pero en ningún caso prescindir de esta actividad. El rechazo al turista se ha generalizado. Siempre se achacan a los de fuera los grandes males para no reconocer los que tenemos en casa. A los «foriatos», a los madrileños, a los veraneantes. Este verano, por ejemplo, ha sido muy celebrada la denuncia de Belén Esteban sobre la falta de controles en los aeropuertos: «Es un coladero». Incluso algunos políticos se han sumado a sus simplezas y las ha utilizado contra el enemigo. Sin embargo, viajar en avión es más seguro que una cena de amigos en un restaurante. Cuando Belén Esteban dice que no hay ninguna seguridad es que no se fijó en las cámaras térmicas que vigilan la temperatura, en todos los pasajeros disciplinados con su mascarilla bien puesta, en el orden del embarque y el desembarque con distancia de seguridad, en la ausencia de acompañantes en las terminales, en el registro individualizado de cada pasajero. Que hay cafres, claro, como a diario en el supermercado o en el bar de la esquina. El denostado turismo -por más que el término venga de los perniciosos tours masivos- es cultura. Si dejamos de viajar, nuestra civilización dará marcha atrás en su progreso. El viaje une. ¿No nos sentimos más europeos gracias a los movimientos libres entre países? Estos días se ha recurrido, una vez más, a Churchill para defender la cultura. Se ha recordado una de sus infinitas anécdotas. En un momento crítico de la guerra, se celebró un consejo de ministros de urgencia. Uno de sus ministros planteó reducir los gastos en cultura para dedicar más fondos al armamento. El premier se indignó y proclamó aquello de para qué hacemos la guerra si no tenemos cultura, la guerra la hacemos precisamente para salvar nuestra cultura. Si no hay cultura que defender, la guerra carece de sentido. Un compatriota suyo, el ministro de Cultura del gobierno del errático Boris Johnson, anunciaba la pasada semana una generosa dotación para mejorar los museos británicos. Casi a la vez, el primer ministro francés hacía pública la inversión de 2.000 millones para paliar la crisis del sector cultural ¿Es este el momento, en medio de una pandemia y de una crisis económica, de invertir en cultura? Sin duda. Porque si no, parafraseando a Churchill, para qué hacemos la guerra contra el virus. ¿Solo para sobrevivir? ¿En qué condiciones? En el caso de España, el Gobierno parece trabajar solo para el día siguiente, olvidándose del día de mañana. Se supone que en ese trabajo de máxima urgencia -Sanidad, Educación, Economía- ya estarán los ministros del ramo. Pero hay retos más a largo plazo que parecen olvidados, como mantener viva nuestra cultura, nuestro turismo, nuestra movilidad. ¿Dónde están los ministros de Cultura, de Turismo, de Movilidad o de la indispensable Ciencia? Ojalá estén encerrados trabajando en un plan de futuro que nos dejará a todos boquiabiertos, para que nuestra cultura florezca, para que nuestro sector turístico reviva, para que nuestros transportes nos permitan seguir viajando con seguridad. Como esperen a que el futuro se aclare, a que la pandemia esté controlada, a que escampe para empezar a trabajar, estamos perdidos. Nadie diría que este Gobierno tiene cuatro vicepresidentes y 18 ministros. Hay manos y cabezas de sobra para empezar a trabajar ya en el futuro del turismo y de la cultura.