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Marc Llorente

Pasión por las tablas

Dos tablas y una pasión

Teatro Principal de Alicante

Autoría, dirección y actor: El Brujo 

Música original: Javier Alejano

Puntuación: 4/5

Llegó nuevamente El Brujo y volvió a dejar huella con sus armas de gran comediante. El veterano juglar domina muy bien el terreno. Llena el espacio, en compañía de la música original de Javier Alejano, quien interpreta en directo pequeñas notas con un violín y percusión, e hipnotiza a los espectadores con su fórmula teatral para seguir dando voz y voto a la tradición narradora. Un místico ambiente y ese lúdico y poético estilo con el que evoca imágenes, escenifica, alude a asuntos de actualidad, cuenta anécdotas y exhibe sus recursos cómicos y críticos. El ingenioso caballero recurre a los escritores clásicos con una mirada actual e irónica, y nos sitúa frente a Dos tablas y una pasión, apoyándose en textos que abarcan desde el s. XV hasta el XVII, incluyendo el Siglo de Oro español y regresando al paisaje del Barroco con los temas del amor, de la apariencia y la realidad y el contraste entre la belleza y la muerte. Es la reanudación del 4 Festival Internacional de Teatro Clásico de Alicante en plena segunda oleada de la pandemia, lo que afianza «la reflexión ante la fugacidad de la vida», el misterio de ésta, así como el «vacío que supone la lucha por el poder». El intérprete y creador de Lucena expone la necesidad del rico papel del arte y de la cultura y dio las gracias al público del Principal. «La gente se ríe menos con mascarilla», le dijo un amigo. «En Alicante no», asegura Rafael Álvarez «El Brujo». Suele decir que «aquí hay nivel». Hubo risas y atención en este trayecto por Lope de Vega, Calderón, Santa Teresa, Cervantes, Garcilaso, Quevedo, Fray Luis de León o Góngora. Narra divertidos detalles sobre algunos de ellos y surgen la temática del destino, en El caballero de Olmedo, y «esto es amor, quien lo probó lo sabe», la tragicomedia y un verso de Lope, respectivamente. Entre otras cosas, «¡Oh hermosura que excedéis!», de Teresa de Ávila, con «engrandecéis nuestra nada», o la calderoniana idea de «sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando». Ahí sigue el emérito en Abu Dabi.

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