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Manuel Alcaraz

Capital de la gloria

Esta España que desde la desvergüenza o la ignorancia presume de ser la más descentralizada de Europa es, también, la más centralista

Un bello libro: la recopilación de “Poemas de la defensa de Madrid”, hecha por Jesús García Sánchez, que puso como título “Capital de la gloria”, tomando el de un poema de Alberti. Estos días lo releo, porque Madrid se hace omnipresente. Son inspiraciones de guerra, versos de emoción por una capital que resistía a malas penas embates y combates, traiciones y bombardeos. Cuando en Madrid se jugaba la principal partida en el tablero europeo. Y la perdieron las democracias. Hay algunas poesías deleznables, valiosas por ofrecernos un espejo de deseos e ideales, que a malas penas resisten la vecindad con otras: Cernuda, Machado, Eluard, Vallejo, Paz, Guillén, Neruda, Aragón, Chacel, Hierro, Felipe, Hernández, Gil-Albert… están aquí, congregados por la angustia y un cierto orgullo. Es conmovedor apreciar cómo hubo un tiempo en que la belleza corrió en auxilio de esa ciudad en que está el Museo del Prado, como dijo Hemingway; la ciudad del Ateneo que cubría de colas la calle del Prado para escuchar a Unamuno o a Azaña; la ciudad que se modernizaba y salía del escenario de la zarzuela -género que tanto estimo-, que se disponía a ser eje de modernidad -como lo era Barcelona- y que animaba unas clases populares en barrios bullentes con la nueva alegría de la dignidad.

De eso pensamos ahora, porque una parte de ese Madrid, una gran parte, se ha perdido. Nos cuesta sentirnos solidarios del Madrid de relumbrón, del Madrid de las cajas de cristal que acogen a las grandes empresas que van a la captura de la solidaridad que los españoles tenemos con ellas, a la caza del medio punto de impuestos que, aún, les van a bajar estos días de dolor. Es el Madrid que centraliza, que uniformiza, que no concibe una España si no es como sus barrios bajos. Es el Madrid que tan bien viene a las élites españolas por décadas, sin que ello sirva de disculpa a otras élites provincianas. Esta España que desde la desvergüenza o la ignorancia presume de ser la más descentralizada de Europa es, también, la más centralista. Si no pasa en Madrid, no pasa.

Pero ahora descubrimos los confinamientos, las angustias, la tristeza, la muerte en esa capital de la gloria, degradada a ser espejo de vanidades y arrabales amargos conectados por metros saturados; arrabales en los que, algunos, se abstuvieron de votar en las últimas elecciones: abstencionistas de la desesperanza, privando a la izquierda de votos fundamentales porque, quizás, no se los merecieron. Pero barrios que ahora despiertan. (¿Dónde estarán los canallitas de polos recién planchados del barrio de Salamanca?). Es un despertar amargo. Un despertar desgraciado. Imagino las rutilantes sedes de bancos y partidos de derecha releyendo a Antonio de Obregón, el falangista aquel que miraba el asedio de Madrid desde otro lado: “¡Plebe vil, abyecta y chabacana de Madrid! ¡Tú nos has perdido! ¡Chusma la peor y más irritante de todas las chusmas!”. El covid, al final, en los lugares en que menudean los señoritos y las señoritas, se alía con las señoritas y los señoritos. Y el dolor ya va por barrios.

Ya se sabe de la legendaria eficacia de la derecha para gestionar lo público, es decir, la parte de lo privado que no da beneficio. En Madrid brilla más que las luces de Navidad por Alcalá y la Gran Vía. Les confesaré que Ayuso me va interesando como personaje literario. Trágico no: como alguien escapado de “Los intereses creados”. No creo que haya que barroquizar las críticas que le practicamos en defensa propia. Hace la política que sabe. Y no sabe otra. La política de la puya y poner en suerte, la política pensada para zaherir al enemigo, contentar al jefe, sentirse súbdita fiel y ganar un milímetro de fama en las redes y de altura en los titulares. Nada más. Servil y pendenciera. Este es el problema de España: que esta ha sido la manera de concebir la política por todo el conservadurismo y una parte de las izquierdas. ¡Qué peligroso es pregonar que haremos política sin complejos! Ayuso sólo concebía bajarse a los suburbios a la foto de la fiesta. Pero ahora van muy mal. Ahora Ayuso ha descubierto que en Madrid hay barrios los días laborables. Ni más ni menos: un incordio del que no le habían hablado en la FAES ni prevenido sus mayorales. Y hay que socorrerle. Pero sin mirarle a la cara, sin sentir lástima por ella. Seguramente si pudiera se iría. Tras ella sólo va dejando fantasmas. Y esto es algo más que criticar acciones y pasividades, de las que el Gobierno de España y el de algunas CC.AA. también está empeñado en ir haciendo colección, confiados en jugar la prórroga, por ver si los penaltis cantan suerte y el virus es más débil que la furia española. Pero en la Moncloa, en las demás CC.AA. además de errores ha habido movimiento, intentos de prudencia, innovaciones. En Madrid no. En Madrid: bajada de los impuestos de ellos para que suban los nuestros. (Tiene razón el President Puig: de esto del reparto de poderes y dineros en España habrá que hablar algún día. En voz alta. Gobierne quien gobierne).

Y así estamos: la mejor manera de criticar a Ayuso no es que proliferen memes, sino sentirnos solidarios con los madrileños y madrileñas, como cosa nuestra que han llegado a ser. Con esos madrileños que no se han llevado nuestros impuestos. Los que abren la ciudad en cuanto pueden salir de ratoneras a las que se les ha condenado. Ya sé que habrá más medidas, pero en la forma en que se ha gestionado este infierno queda dicho lo que la derecha capitalina piensa de su gente. Que nadie se sorprenda si las respuestas no son sumisas y tímidas. Los tiempos en que las manifestaciones eran fiestas, coloristas y emocionantes, se está acabando. Lo que queda es otra cosa. Ya sabemos lo que da de sí la identidad en algunas épocas tristes. Ahora es la igualdad. La voz de los que quieren ser iguales. Y eso no se compra en Amazon. Ha vuelto la igualdad. Y una lucha que si no es de clases no sé de qué va a ser. La igualdad social, guardadita que la tenían. Dijo Rosa Chacel que la Alarma, las sirenas de Madrid, era “la deidad de la noche oscura”. Y Clariana le hacía un eco: “No pueden las banderas sustituir la luz”. Acabo de leer “La guerra de los pobres”, el último libro de Éric Vuillard. Llegando al final afirma: “El martirio es una trampa para los oprimidos, sólo es deseable la victoria”. 

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