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Rosa Mojica Devesa

Educación sin educación

Sindicato de Estudiantes, en contra de la 'Ley Celaá' por "insuficiente".

Como ya es costumbre, cambiamos de ley educativa cada vez que cambia el gobierno. Ya decía Heráclito que todo fluye, nada permanece… así que ese es el consuelo que nos queda ante una nueva ley educativa carente de suficiente consenso político y social. Como siempre hacen nuestros preciados políticos, pondrán al mismo perro diferente collar. Ahora que sabemos qué son los estándares de aprendizaje y que no sirven en la práctica para nada, ahora que tenemos cierta idea de cómo evaluar las competencias básicas, ahora que al PQPI lo llamamos con convicción FPBásica y que nos referimos a la Diversificación como PMAR… ahora nos toca cambiar. Y el problema no es el cambio, el problema es que nunca cambia nada. Y en esta ocasión, como en tantas otras, en vez de aportar soluciones, los políticos aportan nuevos problemas: me refiero a la polémica sobre el uso del Castellano, o la de la educación concertada o la de la educación especial.

Mientras tanto, ahí seguimos los profesores al pie del cañón, con nuestro día a día, sufriendo en silencio las consecuencias de un sistema educativo que pide con urgencia ser reformado, y cargando con todas las culpas y el descrédito de la sociedad. Fulanito acosa repetidamente a un compañero que tiene una discapacidad y el padre de Fulanito le contesta al tutor que su hijo le ha dicho que ha sido sólo una vez y que hay otro compañero que lo acosa más. La profesora anota en el sistema informático que un alumno no ha hecho los deberes, y la madre la llama por teléfono para preguntarle si eso es verdad. El niño lleva a clase una bolsita de marihuana, y su “papi”, que es abogado, presenta un escrito en el que explica que su “cliente” no llevaba una cantidad de droga sustancial. En la reunión de inicio de curso, este año telemática, los padres, coleguitas del whatspap, se lanzan como perros de caza contra la tutora, mientras sus hijos asisten detrás la puerta, unos avergonzados, otros regocijados, al patético espectáculo. La niña copia en un examen, y la madre la defiende, oye, que tampoco es para tanto… mejor que apruebe la asignatura en la primera evaluación a que aprenda el valor de la sinceridad.

En otros centros, los que están en zonas más desfavorecidas, los docentes tienen que lidiar con alumnos que no aparecen por el colegio, y los padres lo consienten, porque el colegio es muy aburrido y tampoco sirve para nada; qué plastas son los profesores y los servicios sociales que insisten en que el niño vaya. Te encuentras con un chaval que tiene un padre de 81 años, la madre los abandonó, y lleva unas zapatillas de deporte que se deshacen a cachos. Otros no tienen dinero para comprarse el libro de lectura, otros suspenden nueve asignaturas una evaluación y los padres no dan señales de vida si no les llama el tutor. Otros no hablan el idioma, otros tienen problemas de aprendizaje varios, otros han vivido malos tratos en el seno familiar… A veces todas estas realidades concurren en un mismo grupo, y conforman una realidad completamente abrumadora. En resumen, unos padres tanto... y otros tan poco...

Y mientras tanto, ahí seguimos los profesores, persistimos y luchamos como Don Quijote contra la ignorancia, la falta de educación y la falta de apoyo a nuestra labor y a nuestra autoridad. Intentamos que toda la frustración que estas situaciones generan, no puedan con nuestra ilusión y con nuestras ganas de enseñar. Somos verdaderos locos que esperan y confían en un mundo mejor. Es cierto que algunos se rinden y caen en el campo de batalla. A veces no es fácil aguantar… Pero los profesores no somos los responsables de todos los males de nuestra enseñanza, más bien, creo, somos sus víctimas. Así que me temo que para que la educación mejore en España no bastará con buenas y consensuadas leyes educativas que no tenemos; ni tampoco será suficiente que los profesores pongan toda su ilusión y su profesionalidad, que en la inmensa mayoría de los casos ya ponemos… También es necesario que los padres, y la sociedad en general, valore la educación en su sentido más amplio… La educación sin educación, sin respeto por la labor del que enseña… es una batalla perdida. Afortunadamente, quienes no valoran la educación o cuestionan por defecto la actuación del docente, no son mayoría… o eso quiero pensar.  

*Rosa Mojica Devesa es profesora de Enseñanza Secundaria.

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