Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Rafael Simón Gil

El ocaso de los dioses

Rafael Simón Gil

El caos que precede al desastre

Camas para pacientes covid improvisadas en el lucernario del Hospital de Sant Joan. |

Se va a cumplir casi un año desde que nuestro Gobierno tuvo cabal conocimiento de la pandemia que se nos venía encima -pese a que lo ocultaron por motivos políticos, intereses y consignas ideológicas (léase el 8M)-, y de aquel Fernando Simón que vaticinaba sin el más mínimo pudor, pero con la más completa ligereza -por no decir ignorancia- que el virus pasaría por nuestro país sin que apenas lo notáramos solo queda recordar que llevamos más de 80.000 muertos, más de dos millones y medio de contagios, y un exponencial crecimiento de nuevos infectados con el récord de casi 50.000 diarios. En efecto, el Covid está pasando sin que apenas lo notemos y lo único que notamos es la presencia de Fernando Simón, que en vez de pasar se queda. Si esta persona estuviera al frente de una institución privada y no público-política ya lo habrían cesado por el desastre sin paliativos de su gestión y por lo errado de sus predicciones. Y tras de Simón, el ministro bifronte Illa, ahora ministro, ahora candidato a presidir la Generalidad de Cataluña merced a su exitosa labor al frente de la crisis sanitaria. No se alcanza a entender que el máximo responsable de la sanidad española, con la pandemia descontrolada, compagine a voluntad ambas cosas, estando más pendiente de las encuestas electorales que de manejar la crisis sanitaria.

El Gobierno Sánchez-Iglesias (o Iglesias-Sánchez, según se van imponiendo cada vez más las tesis de la extrema izquierda podemita en las decisiones del Gobierno) instauró un mando único al principio de la pandemia -recuerden las abrumadoras comparecencias de Simón rodeado de militares, policías y guardias civiles-, cuando las cifras de contagios y muertes eran mucho menores que las actuales, convencido de que conseguiría vencer al virus. En efecto, a las puertas del verano, el presidente Sánchez anunciaba la victoria con mayestático triunfalismo invitando exultante a todos los españoles y españolas a recobrar la nueva normalidad. Él, y solo él, había vencido al Covid; y gracias a él, y solo a él, se habían salvado decenas de miles de vidas. Pero hete aquí que, pese a las advertencias de los expertos de verdad -no los que asesoran al Gobierno- de la llegada de una segunda ola de contagios y una vez que la situación volvió a estar fuera de control, el Gobierno Iglesias-Sánchez dejó el mando único, las abrumadoras comparecencias, e hizo mutis por el foro. Fuese y no hubo nada. Mientras que la victoria tenía nombre propio, un ganador indiscutible, Sánchez, las previsibles derrotas que se venían encima debían asumirlas las comunidades autónomas. El principio del caos.

Y en ese desbarajuste normativo, de recomendaciones, de prohibiciones y permisos, de horarios y restricciones, de competencias y descompetencias, la ciudadanía contemplaba estupefacta el desgobierno de la cogobernanza. ¿Previsiones hechas en un año? Muy pocas. ¿Medidas preventivas tomadas? Muy pocas (el sindicato de Enfermería -Satse- denunciaba hace unos días que se sigue sin contratar suficientes enfermeras para hacer frente a la sobrecarga de trabajo, añadiendo que hay cerca de 3.000 profesionales que se encuentran en paro en España. Eso sí, la contratación de trabajadores públicos de la Administración Central se ha disparado casi un 30%). ¿Soluciones? Siempre las mismas: cierres perimetrales que las propias autoridades no se encargan de vigilar; toques de queda que no impiden a los incívicos seguir quedando; restricciones a los derechos y libertades ciudadanas en nombre de la lucha sanitaria; castigo a la hostelería como máxima responsable de los contagios; descontrol absoluto de medidas en función de la autonomía donde vivas o del signo político que te gobierne; culpabilización exclusiva a la ciudadanía de la propagación del virus; y las eternas, cainitas peleas entre políticos imputándose unos a otros el descontrol. ¿Han visto a Sánchez en sus otrora “aló presidente” que tanto prodigó al principio de la pandemia? No; no le interesa relacionarse con el fracaso. ¿Han visto a Illa? Sí, volcado en las elecciones catalanas mientras el virus se vuelca incontrolado por toda España. La instalación del caos.

Mientras avispados políticos de todo pelaje ideológico aprovechan obscenamente sus posiciones de privilegio para vacunarse los primeros de la clase con las excusas más peregrinas, el resto de la población vuelve a sentirse huérfana de liderato, de previsión, de control, de normas respecto al tan anunciado programa masivo de vacunación. Con el sistema público de salud colapsado, en alerta roja, no sabemos todavía qué quieren hacer nuestras autoridades centrales y autonómicas con el ofrecimiento de la sanidad privada para colaborar en la lucha contra el Covid y sus consecuencias hospitalarias; no sabemos qué quieren hacer con el ofrecimiento de las Mutuas para ayudar en la lucha sanitaria (vacunaciones); no sabemos si quieren disponer de toda la capacidad operativa y logística de nuestras Fuerzas Armadas en esa pelea; no sabemos si quieren que las farmacias sean espacios de colaboración. Ha pasado un año y, como cabía esperar, las cosas han ido a peor. Instalados en el caos, solo queda esperar el desastre. En un panorama desolador, con tanto dolor y muerte, me vienen a la memoria los versos de uno de los Sonetos a Orfeo del poeta Rilke: “Y tan solo la muerte taciturna sabe de qué somos y cuánto gana en los préstamos que nos hace.” A más ver.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats