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Joaquín Rábago

Toda la basura del mundo

Los expertos hacen a veces cálculos extraordinarios. Así me entero, por ejemplo, del peso total de los seres vivos del planeta: flora, fauna y nosotros, los humanos, incluidos.

Son supuestamente 1,1 tetratoneladas (1.100.000.000.000 toneladas), según han calculado científicos israelíes citados por el semanario alemán Der Spiegel. No me pregunten, sin embargo, cómo han llegado a esa cifra.

Esos mismos expertos estimaron también que por primera vez es superior a aquél el peso de todas las cosas creadas por el hombre: máquinas, edificios, automóviles y cuanto el lector pueda imaginarse.

La conclusión a la que llegaron los israelíes es que el empleo por el hombre de los recursos a su disposición se duplica cada dos décadas mientras que la biomasa de la Tierra permanece estable, lo que explica la conjunción de ambas líneas.

Los desechos del planeta no dejan de crecer, y así sólo en Alemania, uno de los países más ricos del mundo, son unos 500 millones los artículos de moda que se guardan en este momento en sus comercios y almacenes.

Mucho de ese material acabará en trituradores o desintegradores de alto rendimiento como los que existen en ciertas empresas de logística.

Los desechos generados en un año tan sólo en la Unión Europea representan, según otros cálculos, 2.600 millones de toneladas, y no han hecho más que aumentar a consecuencia de un sistema de vida importado de EEUU, agravado por la actual pandemia.

Cada vez la gente encarga más cosas, por ejemplo, por internet, lo que significa que aumenta el cartonaje; cada vez se consumen más pizzas y demás comida “para llevar”, y otro tanto pasa con el café o las distintas bebidas.

Frente a todo ese despilfarro, los expertos investigan las posibilidades que ofrece la llamada “economía circular”, que consiste en usar las materias primas con mayor eficiencia y reciclar para, de una forma y otra, reducir los residuos.

La última modalidad pasa por sustituir el carácter lineal del actual sistema – producción, uso y desecho junto a lo que se conoce como “obsolescencia programada”- por uno nuevo bautizado en inglés “from cradle to cradle” (de la cuna a la cuna).

Se trata de un concepto desarrollado por el químico alemán Michael Braungart y el arquitecto-paisajista estadounidense William McDonough en un libro publicado originalmente en 2002 (Editorial McGraw-Hill).

Se trata de atajar los problemas desde su raíz, tomando en cuenta todas las fases de los productos involucrados (extracción, procesamiento, utilización, reciclaje) de manera que el balance de gastos de energía y aporte sea positivo. El objetivo final es “cero desechos”.

La propia Comisión Europea parece haber asumido esa idea, y así ha resuelto prohibir, entre otras cosas, los cubiertos de plástico de un solo uso y pretende asimismo duplicar en diez años el porcentaje de productos reutilizables.

En la ciudad alemana de Wuppertal existe el proyecto de crear lo que llaman un “valle circular”, con cuarenta empresas emergentes de todo el mundo que trabajarán en la economía circular.

Uno de los objetivos inmediatos es hacer de Wuppertal una ciudad libre de residuos: en lugar de poner la vista en la fase final del proceso, el legislador quiere obligar a los fabricantes a concebir sus productos de acuerdo con esa nueva economía.

Lo cual vale también para los edificios. Así en Hamburgo se ha diseñado uno, destinado a apartamentos y en el que cada uno de los elementos empleados en su construcción– piedra, metales, maderas- podría ser fácilmente reutilizable.

En él se utiliza el agua procedente de la lluvia para los depósitos de los inodoros, y en cada balcón habrá un pequeño jardín a fin de compensar con creces el verde que ocupará el edificio.

Claro que, como ocurre, con los alimentos ecológicos, las viviendas saldrán entre un 10 y un 30 por ciento más caras que las tradicionales.  

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