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Carlos Gómez Gil

Palabras gruesas

Carlos Gómez Gil

Lluvia fina

Ayuso junto a su figura Funko.

Lo bueno de las elecciones es que hasta que no se producen las votaciones y se contabilizan cada una de las papeletas no tenemos el paisaje final que nos ofrecen los resultados. Por tanto, cualquier estimación previa ante un proceso electoral es pura especulación, de la misma forma que los hechiceros buscan en las entrañas de los animales la explicación a muchos sucesos.

Ahora bien, lo que vamos a ver en las próximas elecciones anticipadas convocadas en la Comunidad de Madrid exigirá de un ejercicio de templanza que va mucho más allá de sociología electoral, para comprender cómo puede ser que el PP, liderado por una de las políticas con más limitaciones que se han visto, arrastrando una trayectoria penal y criminal en el PP madrileño que haría palidecer a los capos de la mafia siciliana, puede cosechar un resultado que le permita volver a gobernar, incluso con más escaños de los que cosechó en las últimas elecciones. Pero tratemos de pensar en voz alta sin dejar que las emociones nos perturben.

La llegada del PP al gobierno de la Comunidad de Madrid se hizo mediante prácticas corruptas gracias a los votos de unos tránsfugas que dieron nombre al “Tamayazo”, en el año 2003. Desde entonces, los populares han desarrollado una política que interviene sobre las parcelas más importantes de la vida de las personas, en aspectos esenciales como dónde viven, cómo dan respuesta a sus necesidades sanitarias, a qué colegios van sus hijos y qué educación reciben, qué trabajos desempeñan y a qué ocio acceden. Y en todo ello, el Partido Popular ha desplegado, sin oposición alguna, una política neoliberal impulsada por el dinamismo económico que ofrece la capitalidad, favoreciendo la creación de los PAU de la periferia y la corona suburbana hacia donde se han dirigido las nuevas clases medias aspiracionales que trabajan en el sector servicios, como autónomos o pequeños empresarios. Todos esos trabajadores endeudados de por vida se han creído la fábula de las ventajas de ser propietarios frente a las viviendas públicas de alquiler, generándose procesos de discriminación espacial muy potentes en todo el territorio madrileño, con una primacía del vehículo privado como medio y símbolo de esa nueva forma de vida.

Los colegios concertados a los que llevan a sus hijos estos trabajadores de las periferias, los hospitales de gestión privada y esa multitud de empleos que una gran capital como Madrid es capaz de crear, aunque sea en precarias condiciones y con sueldos magros, forman parte de ese escenario en el que, por detrás, se mueven entre las bambalinas como peces en el agua todo ese elenco de empresarios, comisionistas, inmobiliarias, fondos buitre, familiares y amigos, muchos de cuyos nombres hemos aprendido a través de los numerosos sumarios judiciales en los que el PP madrileño está implicado.

Por si fuera poco, los populares han sido capaces de ganar la batalla del discurso a la izquierda entre las clases medias madrileñas, a las que han transformado en obreros endeudados con alma de emprendedores, palabra perversa donde las haya. Y para ello, los dirigentes del PP han sido capaces de crear un nacionalismo madrileño castizo con aires de superioridad respecto al resto del país, a los que nos ven como pueblerinos; una especie de cantonalismo centralista que ha desplegado un discurso machacón sobre algunos lemas vacíos que repiten como gota malaya: la bajada de impuestos, la libre elección de colegios, la maldad del sistema público, la defensa del libre mercado o el respeto a valores y creencias, entre otros.

El precio a todo ello ha sido muy alto, en términos de avance de una desigualdad imparable junto a bolsas de pobreza cronificadas en barrios y zonas tradicionales de todo Madrid, con una progresiva destrucción del pequeño comercio y una uberización de la economía y del empleo, cada vez más segmentado y precarizado. Y, por si fuera poco, una corrupción galopante que ha llenado de casos, sumarios, imputados, procesados y condenados a una parte importante de Madrid, horizontal y verticalmente.

¿Y qué ha hecho la izquierda frente a este proyecto de destrucción creativa ultraliberal madrileña? En términos electorales, encadenar derrotas, quemar candidatos y alimentar batallas intestinas a lo largo y ancho de todos los partidos de la oposición al PP. Pocos días antes de la convocatoria extraordinaria de elecciones por Isabel Díaz Ayuso, en Más Madrid, partido escindido de Podemos, se produjo una nueva división, mientras que en el PSOE han llegado a la conclusión de que la histórica batalla entre guerristas y leguinistas que se oficializó con la presentación del Clan de Chamartín, en el año 1991, iría desangrando el partido hasta conducirlo al silencio y la pasividad que se ha vivido con el liderazgo inane de Gabilondo, a quien pillaron con el pie cambiado negociando su salida como Defensor del Pueblo.

También hay que destacar la ceguera de la izquierda a la hora de elegir batallas, dedicando tiempo y esfuerzo a peleas alejadas de muchos de los problemas reales de la gente trabajadora y superendeudada que llena la periferia madrileña, y que soporta desde hace más de un cuarto de siglo la lluvia fina desplegada por el PP sobre todo Madrid. Una lluvia que ha calado hasta los huesos de los madrileños y que influirá, sin duda, en el resultado de las próximas elecciones autonómicas.

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