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Imagen de una televisión antigua.

El teleadicto

Antonio Sempere

En el Satanassa

Cómo son los encuentros entre la Bolaño y Dino en Merlí, dentro del pub Satanassa. Cada mes trae sus flores, y la muchachada seguramente disfrutará más con las tramas en las que aparecen Pol y sus amigos. Pero los que peinamos canas, los docentes con sexenios a las espaldas, y quienes tienen material suficiente para escribir varios tomos de memorias, disfrutarán como cosacos con cada cara a cara entre la profesora de Filosofía María Bolaño y el propietario del local, el vividor Dino. Grandes María Pujalte y Eusebio Poncela.

El guionista Héctor Lozano los diseñó a su gusto, y se nota que disfrutó con ellos. Con semejantes perfiles se puede gozar mucho. El demiurgo en que se convierte el autor de una serie puede hacer verdaderas maravillas. A diferencia de la vida, casi siempre tan sosa (no hablamos ya de cuando se pone cruel), la ficción cuenta con un recurso infalible.

Tú armas a los personajes con unos diálogos inteligentísimos, a la altura de lo que se espera de Bolaño y Dino, y después, cuando el momento ha quedado en punta, lo dejas ahí, y pasas a otra cosa. La operación es perfecta. Si en la vida pudiésemos operar así sería la felicidad permanente. Terminando siempre en punta. Y manteniéndonos a ese nivel.

Por eso decidí apearme de ella y aferrarme a la ficción. No podía mantener la presión de estar en alto tanto tiempo seguido. Y la única manera de hacer elipsis era desaparecer de escena. Eso de estar con muchos sin estar con nadie y marchar sin despedirse. En los bares, pero también durante la propia existencia.

Bolaño y Dino han tenido vidas intensas, duras. Han pisado fuerte. Pero viéndolas como las muestra Héctor Lozano, con elipsis, dan envidia. Han vivido, no vegetado

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