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José María

Cúreme usted en catalán

La cifra de hospitalizados por covid en la provincia está descendiendo

La ciencia evoluciona a pasos agigantados. Lo que hace pocos años era inimaginable, hoy en día no sólo es posible, sino incluso habitual. Los avances tecnológicos nos han permitido vivir mucho mejor. El agua, la luz y el teléfono son elementos inherentes en la inmensa mayoría de las viviendas. Y bueno, qué decir de la sanidad. La esperanza de vida se ha incrementado hasta niveles antaño insospechados. Cada vez hay más enfermedades que tienen cura y, para las que aún no, las medicinas permiten a quienes las padecen soportar mejor su carga.

Un claro ejemplo de ello han sido las vacunas del Covid. La urgencia precisaba de una actuación rápida de la ciencia y los científicos han respondido. Gracias a ellos, se han evitado miles de muertes.

Ciencia y medicina. Científicos y médicos. A ellos les debemos la vida. La nuestra y, en mayor medida, la de nuestros mayores. Por ello, cuando acudo a un hospital o a un centro de salud, quiero que me atienda un profesional, un médico. Y me es indiferente su sexo, su orientación sexual, el color de su piel o su nacionalidad. Y por supuesto, siempre que podamos entendernos, me da igual que me atienda en castellano, en catalán o en panocho. Lo que realmente me importa es que, si me duele algo, me diga qué es, si tengo que hacer reposo, quedarme en cama o tomarme una pastilla cada ocho horas. Si al doctor le gusta el fútbol, los peces de colores o vota izquierdas o derechas no es de mi incumbencia porque, si me encuentro mal, lo que necesito es que me cure.

Esta realidad, para mí imbuida de una lógica aplastante, parece que, para otros, es más que discutible. Es el caso del Gobierno de las Islas Baleares, cuyos integrantes, si enferman, no conciben ingerir un ibuprofeno si la cajetilla no está escrita en catalán.

En medio de la quinta ola del Covid, con unas cifras de hospitalizados todavía preocupantes, no se les ha ocurrido otra cosa que dedicarse a la promoción de la lengua en los hospitales. En concreto, el Ejecutivo balear ha acordado que cada una de las gerencias de los centros de salud de las Islas tenga una persona responsable del cumplimiento de la normativa lingüística. Y además, se nombrará un directivo del servicio de salud para servir de interlocutor con la Oficina de Defensa de los Derechos Lingüísticos.

Esta Oficina, como desgraciadamente ocurre con muchas de las instituciones con nombres rimbombantes, lejos de servir para la defensa de los derechos fundamentales, sirve para su indefensión, pues al estilo de lo que ocurría en los tribunales del Santo Oficio, basta una denuncia por no atender en catalán para que el gobierno balear abra un expediente a los médicos y enfermeros. Ya tendrá el expedientado la ocasión de explicarse más tarde. De momento, sirva esta medida para escarmentarle. Se lo merece por haber nacido en Soria.

Esto es más o menos lo que le sucedió a Yolanda, una médico del centro de salud de Son Pisà, en Palma, que fue denunciada por la vía más oficial en estos tiempos, por Twitter, debido a que, según el twittero de turno, se había negado “a entender” (atender, para los que sabemos el aspecto que tiene un libro) a su madre de 79 años en catalán.

Al día siguiente, sin más comprobaciones que unos cuantos retweets y otros “me gusta”, los pacíficos jóvenes de Arran escribieron en la fachada del centro de salud donde trabajaba la doctora la consigna de “Basta ya de agresiones lingüísticas”. Y luego, algunos usuarios de la citada red social, todos al unísono, pregonaron el “derecho a vivir en catalán”.

Por supuesto, el gobierno balear expedientó a la doctora. Para sus integrantes, la presunción de inocencia no existe. Y cuando días más tarde se demostró que Yolanda había tenido en todo momento una actitud correcta, de acuerdo a la normativa y la ética profesional, es decir, que la denuncia era falsa o, si se quiere, adulterada, nada importó. Carpetazo y aquí no ha pasado nada. ¿Y la víctima? La doctora que, según sus compañeros, estaba muy afectada. Bueno, ya se le pasará.

Cuando nos adentramos en el terreno de la salud, donde, en determinados supuestos, un diagnóstico o una decisión médica es determinante para salvarse o no, hablar del “derecho a vivir en catalán” me parece una irresponsabilidad colosal. Lo que queremos todos, primero, es vivir. Y luego ya discutiremos en qué idioma.

Necesitamos buenos médicos, con vocación de servicio, como son la inmensa mayoría. Por ello el catalán, si bien puede ser tenido en cuenta como mérito para optar por una plaza en Cataluña, Baleares o la Comunidad Valencia, nunca puede ser elevado a la categoría de requisito.

Aunque nacido en Alicante, desde hace bastante tiempo resido en Cataluña. Hablo catalán, escribo en catalán y me apasiona la literatura, la música y la cultura de esta tierra. Conservarla y desarrollarla es esencial, pues forma parte de nuestra identidad. Y si los poderes públicos toman medidas con este objetivo, bienvenidas sean. Pero todo tiene un límite. Y la vida es uno de ellos.

Con la salud no se juega.

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