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Vicente Magro Servet

La naturaleza ¿amigo o enemigo?

El volcán de Cumbre Vieja en La Palma, a 27 de septiembre en Las Manchas, La Palma Kike Rincón - Europa Press

Ya se nos estaba advirtiendo desde hace muchos años del tremendo daño que el ser humano está haciendo a la naturaleza. De la destrucción que estamos llevando a cabo de aquello que nos permite la vida y las comodidades que hemos disfrutado. Pero pese a que las advertencias se hacían desde todos los sectores, la humanidad ha optado por mirar hacia otro lado, como en una especie de actitud del avestruz que esconde su cabeza en un agujero y no quiere saber lo que pasa fuera, pensando en que de esta manera nada le afectará.

Pues tanto el avestruz como la humanidad están equivocadas. Y lo hemos hecho a cada etapa de la vida de las sociedades en las que se ha mirado a otro lado, cuando las “señales de humo” que nos ha mandado las hemos ignorado de forma dolosa y voluntaria. Porque nadie puede negar que se sabe, o se puede adivinar, que cuando se han presenciado desastres naturales, incrementos de las riadas o DANAS, de lo que está pasando ahora con el volcán de La Palma, del grave problema que ha surgido a nivel mundial con el virus desde hace año y medio alguna razón tiene cada desastre. Porque, claro está, con este tema del virus se sigue sin saber el origen. Pero ya sea por mala praxis en el control de los experimentos científicos, o la razón que sea es que la naturaleza nos ha cogido en este último tema con el pié muy cambiado. Al punto de que al principio no sabíamos ni cómo afrontarlo.

Pero todo esto son pruebas evidentes de que hay que mirar todos los temas sobre los que la naturaleza nos está alertando de forma seria y responsable, y no intentando resolver solo cada “estocada” que nos da en sus distintas modalidades (inundaciones, incendios, terremotos, tsunamis, virus, volcanes, temporales, actuaciones del mar desproporcionadas, etc) sin mirar más allá.

Tenemos una naturaleza extraordinaria, pero que no hemos sabido cuidar ni hemos querido hacerlo. Se ha pensado que estos desastres que a veces ocurren nunca nos ocurrirán a nosotros y que lo que se ve en la televisión nunca vendrá a nuestros territorios. Hasta que te llega una DANA, hasta que te afecta personalmente y hasta que ves con tus propios ojos el terrible daño que puede ocasionar la naturaleza cuando no se le trata bien. Porque el exceso de calor que se está detectando en los últimos años, o el de frío, como pasó en Madrid el fenómeno de “Filomena” que nunca nadie había presenciado en la capital de España te azota. Nadie podría pensar en este último caso ver a gente esquiando por las afueras de la plaza de toros, o usando trineos en Fuencarral o la Castellana. Alucinante si recuerdan las imágenes.

Pero estas desgracias y otras muchas que han pasado se olvidan cuando todo se arregla, cuando los daños han pasado y se ha intentado recuperar la normalidad. Pero todas esas familias de Lorca cuando hubo el terremoto, o de cualquiera de nuestras localidades en la provincia de Alicante que hemos sufrido los temporales y efectos de las riadas no podrán olvidar el daño causado, la pérdida de sus bienes, incluso hasta la pérdida de vidas humanas.

Así, las experiencias de los desastres por lo mal que se trata a la naturaleza debe servir de llamada de atención para mejorar las políticas de “buen trato” a la naturaleza. Porque no se trata de que sea nuestro amigo o enemigo. Claro está que es amigo. Pero si a un amigo le tratas mal la respuesta de la naturaleza no es que sea dolosa o intencionada, sino que el “maltrato” se acaba convirtiendo en una alteración humana de la esencia propia de la naturaleza que determina que se modifique en sus bases y en su configuración para explotar, estallar y provocar hechos como los que hemos vivido.

Nada ocurre porque sí. Todo ocurre por una razón y por un sentido. Los desastres deben tener una razonamiento y un origen, y debe abrirse un periodo colectivo de reflexión por el que se cuide a la naturaleza, se trate de evitar el daño a la misma, y de listar aquellos hechos que están causando daño a nuestros mares, ríos, montañas, y hasta al aire que respiramos.

Y puede que hasta se trate de una reflexión más por autoprotección que por necesidad, o convencimiento del cuidado que merece la naturaleza. Pero sea cuál sea la razón del convencimiento, o protegemos a la naturaleza y la tratamos como amigo, o… lo perderemos.

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