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José Manuel Penalva

La tecnocracia no es garantía de planificación estratégica, el liderazgo sí

He de matizar algunas de las afirmaciones que aparecen en el artículo “Los directivos públicos profesionales” de Adrián Ballester, a quien tengo un gran aprecio personal, ya que compartimos cuatro años en la Diputación, y con quien siempre es un placer debatir.

En primer lugar, estoy de acuerdo con que el ruido de los debates, a veces obscenos, impide acuerdos y consensos necesarios cuando hablamos de planificar estratégicamente. Pero no es un problema solo de los populismos, que también. Los grandes y no tan grandes partidos son quienes usan el ruido político y el populismo, junto con la complicidad e interés de algunos medios, para dividir y polarizar a la sociedad en todas y cada una las comunidades autónomas españolas.

En segundo lugar, es verdad que no ayudan los calendarios electorales, pero no porque haya elecciones autonómicas en distintas épocas. El problema es cuando las formaciones políticas trasladan el debate nacional y el puramente ideológico a cada campaña electoral, sea autonómico, europeo o local.

España es un estado compuesto y descentralizado, el problema es que interesa a algunos partidos considerar todos los debates como generales y únicos. Entonces la responsabilidad está en las formaciones políticas que pervierten la esencia del Estado autonómico, que incluye la responsabilidad de hablar de lo que interesa para esa comunidad. El ejemplo más próximo lo tenemos en Castilla y León, donde parece que se presenten Sánchez y Casado y no los candidatos autonómicos.

En tercer lugar, es verdad que la administración en España no es generalmente ágil y eficiente y no da respuesta inmediata a los retos de una sociedad en constante y rápida transformación económica, social y tecnológica. O al menos esa es la percepción de gran parte de la ciudadanía. Ojo también en este tema, ya que puede haber algo de “la trampa de la expectativa”. Lo que uno espera no suele coincidir con lo que realmente se puede recibir.

No obstante, el fondo del problema, y así lo manifestamos la inmensa mayoría de alcaldes y alcaldesas, es la falta de manos, con una administración cada vez más precarizada, envejecida y con falta de recursos humanos. Si queremos cambiar la cultura de nuestras organizaciones, si queremos innovar y queremos disponer de técnicos formados y preparados, primero hemos de disponer de ellos.

Y aquí hay dos problemas que no quieren abordarse con toda su complejidad. Uno de ellos fue la última reforma de la Ley de Bases de Régimen Local, que tuvo como objetivo emprender un camino descompensado de privatización de la mayoría de los servicios públicos y no abordó seriamente el problema de la financiación de las entidades locales y de las competencias propias e impropias. De hecho, el resultado después de más de una década de esta ley ha sido la pérdida de autonomía local, máxima tutela financiera y administrativa, más burocracia administrativa y poner obstáculos a la gestión indirecta, que hasta el propio Tribunal de Cuentas ha admitido que es más sostenible económicamente para un ayuntamiento.

Por si fuese poco, las reglas fiscales y las tasas de reposición de efectivos han ahondado en la falta de recursos humanos, la precarización y rotación del empleo municipal.

Si algo ha demostrado esta pandemia es que disponer de una administración eficiente y de rápida respuesta es fundamental para la continuidad de los servicios públicos y la protección de la ciudadanía. Y aquí las verdaderas administraciones “hormiguitas” han sido los ayuntamientos.

Con estos mimbres resulta una quimera hablar de directivos públicos profesionales y de planes estratégicos, y de acuerdos y consensos con responsabilidad entre todos los actores implicados. Todos y todas nos hemos convertido en más administradores y menos líderes, en actuar para tapar agujeros y sobre las urgencias y no sobre las importancias.

El problema es el liderazgo, que dista de ser un hombre o una mujer que ocupa un puesto superior jerárquico cuando está en el gobierno e impone su política porque así lo decide la mayoría, o que actúa en la oposición de forma irresponsable con el único objetivo del desgaste y que tiene como único fin llegar al poder en las próximas elecciones.

Es el liderazgo político quien tiene que tener miras más allá del ciclo electoral, quien debe tener una mirada innovadora y creativa, quien debe cambiar el clima de una organización administrativa incluyendo a los directivos y técnicos municipales, que si bien son necesarios, por sí solos no son suficientes para la planificación y dirección de las políticas públicas. Como me enseñaron, el “qué” lo decide el político (planificar e impulsar), el “cómo” lo deciden los directivos y técnicos.

La concepción de que los técnicos o los directivos son los que deben dirigir la planificación estratégica de la administración es una perversión del sistema democrático y representativo en sí mismo. La tecnocracia no es garantía del desarrollo estratégico de una administración y provoca una profunda desconexión con la ciudadanía.

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