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Joaquín Rábago

La división de la izquierda perjudica a Mélenchon

Jean-Luc Mélenchon, durante un mitin.

La ya legendaria división de la izquierda resta posibilidades de pasar a la segunda vuelta de las presidenciales francesas al candidato que más tiene en este momento: el líder de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon.

El resto de la izquierda francesa, representada por la trotskista Nathalie Artaud, el comunista Fabien Roussel, el ecologista Yannick Jadot y el anticapitalista Philippe Poutou, desempeña un papel casi testimonial.

Si todos ellos uniesen esfuerzos, con el 14,5 por ciento de los votos que los últimos sondeos dan a Mélenchon, superarían a la líder de la ultraderecha nacionalista, Marine Le Pen, y se colocarían en segundo lugar, más cerca del 27 por ciento que atribuyen al actual presidente y favorito de las finanzas, los medios y la clase empresarial, Emmanuel Macron.

Pero no hay que hacerse ilusiones tras lo ocurrido en las últimas presidenciales, en las que, de haber sumado los votos obtenidos por el entonces candidato socialista Benoît Hamon a los logrados por Mélenchon, éste habría podido ya disputarle a Macron, en lugar de Le Pen, la segunda vuelta.

Mélenchon, de 70 años, es un candidato con bien ganada fama de rebelde e incómodo para el “establishment” por su oposición radical tanto al sistema capitalista como a la Alianza Atlántica y a la propia Unión Europea.

Trotskista en su juventud, antes de militar en el Partido Socialista de François Mitterrand, Mélenchon encarna en cierto modo los diversos avatares de la izquierda francesa.

Formó parte del sector más a la izquierda del PS y se presentó a las presidenciales ya en 2012 en representación del Frente de Izquierda, integrado por diversos partidos, desde el comunista hasta el ecologista. Aquellos comicios los ganó en segunda vuelta el socialista François Hollande gracias sobre todo al apoyo de Mélenchon.

En mayo de 2013, a raíz de la crisis de la deuda griega, Mélenchon lideró una gran “marcha ciudadana por la República”, en la que denunció “el mundo de las finanzas en el poder” y “las políticas de austeridad” que “conducen a todo el continente al desastre”.

Blanco de sus ataques fue “la maldita troika” y “la vacía Comisión Europea”, que imponen al pueblo “un sufrimiento innecesario, semejante al sadismo” para “pagar una deuda que nunca se pagará”.

En 2015, Mélenchon anunció su nueva candidatura al Elíseo para las elecciones de dos años más tarde, pero esta vez, como él mismo dijo, “fuera del marco de los partidos”, para lo que fundó el movimiento “Francia insumisa”, que todavía lidera.

Sus partidarios, en su mayoría decepcionados por la deriva socialista, ven en él alguien que representa los verdaderos valores de la República, y admiran tanto su compromiso social y ecológico como su radical oposición a las leyes del mercado.

A diferencia de lo que sucede en otros países como los escandinavos o los ibéricos, el Partido Socialista está en Francia en caída libre, y si en las anteriores elecciones, su representante obtuvo sólo el 6 por ciento de los votos, la ahora candidata y alcaldesa de París corre peligro de no llegar ni a la mitad.

Hay para ello varias explicaciones que van desde la caída del número de quienes trabajan en la industria y la consiguiente menor sindicación hasta el abandono por los socialistas de los temas que más preocupan a la clase trabajadora a favor de los que interesan sobre todo a los profesionales urbanitas.

Muchos obreros o agricultores que antes votaban a la izquierda se sienten ahora más atraídos por los cantos de sirena de los partidos populistas y xenófobos como la Agrupación Nacional de Marine Le Pen (un 21 por ciento de intención de voto) o el todavía más radical de Eric Zemmour (11 por ciento).

Mélenchon, que se enfrenta a sus terceras presidenciales, ha moderado mientras tanto algunas de sus posiciones, así como su fogosa retórica anticapitalista. Atrae además a muchos jóvenes por su defensa del medio ambiente y su compromiso a favor de la lucha contra el cambio climático.

En lo que se refiere a la guerra de Ucrania, el líder de la Francia Insumisa la ha condenado sin paliativos, pero ha criticado al mismo tiempo a la OTAN por su política agresiva contra Rusia. Al mismo tiempo aboga por una Francia soberana y autónoma, menos sometida que hasta ahora a los intereses alemanes.

Hay quien ha escrito que su programa es “más nostálgico que utópico” y que lo que hoy reclama enlaza en realidad con lo que reclamaba ya en los años ochenta cuando, joven socialista, militaba en el partido del entonces presidente Mitterrand.

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