Desde que en España (sobre todo en Cataluña) se impuso el lenguaje del fanatismo buenista auspiciado por los grupos políticos en aras a no ser tachados de retrógrados fascistas, unos, o como modelo pretendidamente ideológico-progresista, otros, hemos ido de victoria en victoria hasta la derrota final. O dicho de otro modo: para que no te declaren esos árbitros fuera de juego se ha seguido irreflexivamente, en muchos casos, el discurso dominante, mayoritario, al que nos han obligado los grupos minoritarios. ¿Hace calor? El cambio climático ¿Hace frío? El cambio climático. ¿No llueve? El cambio climático? ¿Llueve? El cambio climático. Y así, día tras día. Es absurdo no reconocer que la acción del ser humano (mujeres y hombres) afecta a la naturaleza, su clima, su pureza, su contaminación y a su medio ambiente. Nadie medianamente sensato puede poner en duda dicha constatación, no en vano la tierra la habitan hoy cerca de ocho mil millones de personas, y en el 2050 seremos diez mil millones, cuando hace tan solo unos años, en 1970, éramos tres mil setecientos millones. Industrias, explotación de los mares, consumo desmedido, deforestación, migraciones humanas, explotación de recursos, residuos, etcétera, conforman un complejo conjunto de factores que, sin ninguna duda, afectan a la tierra, la naturaleza, el clima y la preservación del medio ambiente. Contamina, sobre todo, China (ella sola suma más que el resto de los principales países industrializados del mundo), a la que ninguna ONG va a manifestarse allí, ni tan siquiera la heroína Greta Thunberg, que solo lo hace en países occidentales por si acaso en China la detienen.

Pero también la naturaleza tiene sus ciclos al margen del ser humano. El volcán Krakatoa erupcionó violentamente en 1883 haciendo desaparecer la isla sobre la que se alzaba y creando una nueva. El sonido llegó a escucharse a más de 3.500 kilómetros de distancia, y se originó un tsunami gigantesco y una lluvia de cenizas que ocasionaron la muerte de 36.000 personas. Entonces la población mundial apenas superaba los mil quinientos millones de personas. ¿El cambio climático? ¿Qué decimos ahora cuando un volcán erupciona? El cambio climático. El terremoto de Lisboa de 1755 causó la muerte de 100.000 personas; ¿si se hubiera producido hoy no estaríamos hablando del cambio climático? Sí. Estos dos ejemplos (hay muchos más de épocas pretéritas) no pretenden restarle importancia a la acción descontrolada del hombre sobre la naturaleza y el medio ambiente, pero entiendo que certifican el propio curso de la naturaleza y su carácter cíclico, autónomo en tantos casos. Todo lo malo que ocurre en la naturaleza, sequías, diluvios, terremotos, erupciones volcánicas, etcétera, no se puede achacar, miméticamente, al cambio climático, pese a la nociva intervención del ser humano en tantos aspectos que afectan a la propia naturaleza. Alrededor de cierto fanatismo catastrofista sobre el cambio climático también se ha creado una muy lucrativa industria donde centenares de miles de personas, organismos, empresas, políticos y grandes oligarcas se benefician con total impunidad. Es más, si osas cuestionar cualquier aspecto del cambio climático canónico, de esa dictadura fanática, eres tachado al instante de fascista, negacionista, retrógrado e indeseable.

Y pasa otro tanto en cuestiones que, aunque todos las ven y muchos las sufren, muy pocos se atreven a denunciarlas para evitar ser objeto del ostracismo ciudadano, político, cultural y la persecución de las redes sociales y muchos medios de comunicación. Es, por ejemplo, el tema de los okupas y el fenómeno de la okupación en España (más aún en Cataluña). Esta semana veíamos las imágenes del alcalde de Caldes de Malavella, Cataluña, España, miembro del partido político Junts -de ideología independentista, transversal, liderado por el huido Carlos Puigdemont y que aboga por la vía unilateral-, en la que se puede escuchar al alcalde Balliu, hacha en mano, en tono exaltado, proferir amenazas a unos okupas que se habían instalado en su casa. "Vale, ¡pero de qué vas tío!", le grita uno de los jóvenes okupas. "Estás loco", le dice otro. "¡Os quiero fuera!", insiste el alcalde. "¡Vale, nos vamos a ir, ¿pero de qué vas?", y prosiguen: "Pero, vale, pero espérate, que no hemos encontrado nada, tío, que es Semana Santa", le espetan como justificación de la okupación de la casa. El alcalde explicó más tarde que el agredido fue él porque cuando intentó entrar en su propiedad le abordaron dos jóvenes acompañados por un perro amenazándolo con palos. Pese a la surrealista situación (tener que justificar defenderte de unos okupas que entran impunemente en tu casa), el alcalde del independentista y transversal Junts admitió que se había puesto muy nervioso por una situación que no desea "a nadie" y tuvo que defenderse con lo primero que encontró a mano (un hacha).

No deja de haber una cierta justicia poética en todo este relato, porque son precisamente ciertos políticos y sus partidos quienes impiden que la ley nos proteja adecuadamente del fenómeno mafioso, en la mayoría de los casos, de la okupación en España, incluida Cataluña. Reparen en la cínica contestación de los okupas para justificar su acción: "Pero, vale, pero espérate, que no hemos encontrado nada, tío, que es Semana Santa”. Y tan tranquilos: vacaciones de Semana Santa, de verano, de Navidad o cualquier otro mes, porque no hemos encontrado nada mejor. Pero la dictadura de lo políticamente correcto nos tiene tan atemorizados que damos por buena la okupación ilegal de casas porque es lo que nos están imponiendo estas minorías totalitarias, fanáticas, antisistema y antidemocráticas. Ahora bien, si es su casa la okupada entonces, hacha en mano, intento desalojarlos mientras predico políticamente que los okupas son las víctimas del salvaje capitalismo de la derecha. Una situación que el alcalde no desea a nadie que le ocurra. Es muy fácil, alcalde del hacha: pónganse a trabajar legalmente, junto a su partido independentista y transversal, contra la okupación ilegal. Le recuerdo que las decenas de miles de víctimas de la okupación en España, incluida Cataluña, ni son alcaldes, ni son políticos. Sus casas, bien custodiadas y protegidas, nunca son okupadas. A más ver.