A Pablo Gallego Cano, mi amigo

Mayores en las residencia,s pero sin la compañía de sus mascotas. Muchos mayores cuando vivían en sus casas disfrutaban de la inestimable compañía de una mascota como si fuera un familiar, muchas veces más que un familiar. Esa relación tan íntima bruscamente se rompe cuando el mayor tiene que ingresar en la institución que se convierte supuestamente en su hogar. Es un dolor que los afecta psicológicamente y también a su salud, ya de por sí generalmente frágil. Cambiar de casa, donde se han vivido tantos años, alejarse de la familia y amigos, si es que se tenía familia y amigos, a cierta edad las ausencias son más numerosas que las presencias. Durante la primera etapa de la pandemia muchos ancianos y ancianas murieron solos en una habitación con la puerta cerrada, personas a las que se les negó la posibilidad de ser trasladadas a un hospital, se les condenó a morir sin ninguna duda. Les hubiera gustado tanto morir acompañados por sus mascotas. Una de las definiciones de la Real Academia de España con respecto a la palabra viejo: deslucido, estropeado por el uso, y otra, usado o de segunda mano, en esas definiciones posiblemente pensaron los que no derivaron a los enfermos a los hospitales. Miles de estropeados por el uso no tuvieron la posibilidad de sobrevivir.

Los usados y de segunda mano son 8.764.205 en España, mayores de 65 años. En España hay unas 5.567 residencias, privadas 3.925 y públicas 1.642. Las administraciones prefieren externalizar, privatizar, y así mirar para otro lado: poco personal, poca higiene, poca comida, poco control.

Según la Organización Mundial de la Salud España necesita mil residencias más, unas 75.000 plazas y que sean accesibles económicamente.