Después de más de dos años sin realizar un viaje transoceánico, he tenido la oportunidad de desplazarme hasta Chile en pleno mes de agosto. Qué maravilla salir de la ola de calor y lanzarse de cabeza al crudo invierno. Iba a participar en diversas actividades de formación docente. Al terminar estas experiencias siempre tengo la impresión de que he recibido mucho más de lo que he dado.

Durante los días más duros de la pandemia, he realizado actividades en línea desde el estudio de mi casa, pero es muy diferente la experiencia de encontrarse, de verse, de saludarse, de estar al lado, de darse un abrazo… Una pantalla no puede propiciar un encuentro pleno porque si bien es cierto que permite compartir la imagen y la palabra, también es una pared que impide sentir la vibración de la cercanía.

Han sido varias y diversas las actividades en las que he participado pero me voy a referir especialmente a dos. Casualmente las dos realizadas en dos instituciones que llevan el nombre de Liceo Bicentenario. El primero está situado en la ciudad de Pitrufquén, Región de La Araucanía, al sur de Chile. Llegué allí de la mano de mi querido amigo Arnoldo Fuentes, que también organizó conmigo otras actividades en Angol, Pucón, Perquenco y Castro (Isla de Chiloé). En la hermosa isla, de inolvidables palafitos, tuve la alegría de compartir la amistad de Isabel Becerra y de Jaime de Casacuberta. El chileno Pablo Neruda dice sobre la amistad: «Algunas veces, encuentras en la vida una amistad especial: ese alguien que al entrar en tu vida la cambia por completo… Ese alguien que te hace reír sin cesar; ese alguien que te hace creer que en el mundo existen realmente cosas buenas…Ese alguien que te convence de que hay una puerta para que tú la abras…».

Era el 12 de agosto, viernes. Todo estaba milimétricamente preparado en el Liceo Bicentenario Ciencias y Humanidades. Comenzamos a compartir impresiones y saludos en torno a una mesa en la que estaba servido un rico desayuno. Se nota cuando se han cuidado los detalles, cuando se ha previsto con mimo la actividad, cuando se han programado las cosas con ilusión. Fue hermoso conversar, aunque brevemente, con dos grupos de alumnos y alumnas. Me impresionó su seriedad, su receptividad, su concentración, su respeto, su capacidad de escucha… Es bueno acercarse a las aulas, porque en ellas se cocina casi todo lo que se come en la escuela. Después prepararon una rueda de prensa, con alumnado del centro y prensa local. Daba gusto ver la desenvoltura de aquellos chicos y chicas, manejando el micrófono para plantear preguntas bien pensadas y formuladas, en un orden que, sin duda, llevaba consigo una preparación rigurosa. Todo fluía con naturalidad y sencillez. Era evidente que la directora, que se había incorporado a la tarea hacía muy poco, había puesto esmero e ilusión para que todo fuese perfecto. Y lo fue.

Y luego una conferencia magistral sobre una cuestión peliaguda: «Educar en tiempos revueltos por la pandemia». El auditorio escuchaba con atención en un gran gimnasio en el que la megafonía funcionaba a la perfección. No siempre sucede en espacios tan abiertos. En la parte final, se sucedieron algunas interesantes intervenciones.

No faltó un precioso e inolvidable regalo, como recordatorio de una mañana intensa: un trapelacucha (en mapudungun trapelakucha significa «aguja prendedora») es un adorno pectoral tradicionalmente utilizado por las mujeres mapuches, fabricado en plata por orfebres indígenas. Al pie del trapelacucha (me costó más de un intento aprender bien la palabra), están grabados los nombres del conferenciante, de la institución y la fecha del evento. Y el título de la conferencia. Lo dicho: inolvidable.

Voy a dedicar a quienes hicieron las cosas así, con tanto cuidado, con tanta perfección, con tanto mimo, una historia que leí hace años, creo que en un libro de mi querido y desaparecido amigo José María Cabodevilla.

Rachatsima, un viejo pintor tailandés, cayó en desgracia de su rey, el viejo y honorable Kompog, el cual le condenó a muerte. Mandó que lo colgaran del cuello con una cuerda de nudo corredizo. Aunque cruel, o quizás por demasiado cruel, con el fin de prolongar la agonía del reo permitió que este pudiera sostenerse con sus manos de dos argollas; cuando flaqueasen sus fuerzas, el nudo entraría en acción. Tal vez para distraerse en aquellos últimos momentos, tal vez porque tenía una fe que sus verdugos no compartían, Rachatsima, mientras se sostenía con una mano quiso con la otra grabar sobre la pared, valiéndose de las uñas, dos ratoncillos. Los hizo con el mayor esmero, con enorme cuidado, con tanta perfección que le insufló vida. Las figuras, en efecto, una vez terminadas, comenzaron a moverse, saltaron de la pared a la cuerda, y allí se dedicaron a roer el esparto hasta que la rompieron. El pintor cayó al suelo y huyó.

Es lo que tiene hacer las pequeñas cosas con ese empeño, con esa dedicación, con esa pasión, con ese mimo. Gracias. Enhorabuena. Ánimo.

La segunda experiencia que voy a reseñar vino de la mano de otro amigo, Arnaldo Canales, Director Ejecutivo de la Fundación Liderazgo Chile (FLICH). Después de una intensa jornada de Talleres, entregamos los diplomas correspondientes al Máster y al Diplomado impartidos por la Fundación, íntegramente on line. Como digo en el título del artículo, la presencia es otra cosa. Personas que has visto en la pantalla adquieren ahora la magia de la mirada, de la voz, de la sonrisa y del abrazo.

FLICH es una Fundación que está trabajando en promover la promulgación de una Ley sobre Desarrollo Emocional. Sobre esa cuestión y algunas otras más generales relacionadas con la tarea educativa, pude dialogar con el Ministro de Educación, afortunadamente profesor de Historia y miembro de un gabinete progresista. La Fundación organiza, además, un Diplomado y un Máster sobre Educación Emocional, publica libros y ayuda a los profesores y profesoras de muy diversos modos.

Después de la entrevista con el Ministro Marco Antonio Ávila, impartí una conferencia en el Colegio Don Orione, sito en el área metropolitana. Hermosa experiencia.

En el Liceo Bicentenario de Llay-Llay, Quinta Región, disfrutamos de una tarde emocionante. Intervino en primer lugar Arnaldo Canales, después la psicóloga María José Palmero (entrañable Titi) y cerré yo con una intervención titulada «Evaluar con el corazón». La audiencia incluía a alumnos y alumnas, que escuchaban en primera fila con la fuerza y la simpatía de su juventud. Es emocionante ver aplaudir de pie una conferencia, pero notas la sinceridad en la mirada abierta y en la nobleza de la sonrisa. Firmamos libros (un libro no se acaba de escribir hasta que no se dedica, decía García Márquez), se rindieron homenajes, se hicieron regalos, se compartió un rico menú…

Quiero dedicar a mis amigos y amigas de la Fundación Liderazgo Chile una historia que les conté al terminar la jornada de entrega de certificados. Quiero que la letra impresa deje constancia de aquellas palabras pronunciadas al hilo del brindis propuesto por Arnaldo.

Un barco hacía una larga travesía cuando le sorprendió y zarandeó una extraordinaria tormenta que le puso a la deriva. La tripulación perdió el rumbo y estuvo muchos días navegando en busca de orientación. Escaseaban los víveres y, sobre todo, el agua. La situación adquirió tintes de extrema gravedad Algunos marineros comenzaron a sufrir los efectos de la sed y enfermaron de gravedad. La tripulación comenzó a lanzar S.O.S de forma desesperada:

- Necesitamos agua. Necesitamos agua. Necesitamos agua.

Nadie respondía. Todos empezaban a temer por sus vidas cuando recibieron un cable con un mensaje sorprendente.

- Echad los cubos al agua.

Pidieron de nuevo información al barco que había enviado aquel indignante e inútil comunicado. No se hizo esperar la aclaración:

- Echad los cubos al agua. Estáis navegando sobre agua dulce.

Me dijeron los responsables de FlICH que necesitaban agua, y yo fui desde España a Santiago para decirles de forma persuasiva, lo que les había dicho ya a través de la comunicación virtual:

- Echad los cubos al gua, estáis navegando sobre agua dulce.