Esta semana he mantenido un par de conversaciones con dos personas muy próximas que me han impelido a redactar el artículo que tienen ustedes ante su vista. Les aseguro que no se trata de un recurso literario, muy utilizado en periodismo, de poner en boca de otros lo que uno mismo piensa para despertar la simpatía y la comprensión del lector, sino que se trata de situaciones absolutamente verídicas. Esas dos personas a las que hago alusión, y que se sentirán identificadas cuando lean estas líneas, sí son una representación de «la gente», como le gusta decir a Pedro Sánchez, y no los cincuenta ciudadanos españoles, y socialistas, que invitó el otro día a la cuchipanda celebrada en el Palacio de la Moncloa.

la rata de skinner

La primera de esas conversaciones, que me hizo mucha gracia, fue con un amigo que me llamó y, nada más iniciar la charla, me espetó que se sentía como un hámster girando en la rueda de su jaula; ante mi exclamación de sorpresa, y mi lógica pregunta sobre el motivo de esa sensación de metamorfosis cuasikafkiana, me respondió que había intentado adquirir uno de los «Bonos Consumo» del Ayuntamiento de Elche para que su hija, ávida lectora, se comprara unos libros que quería leer, pero que, a pesar de intentarlo desde el trabajo, con tres ordenadores a la vez, había sido incapaz de lograrlo.

Finalmente, la joven lectora, y recalco lo de lectora por ser una rara avis, consiguió su bono de cincuenta euros gracias al abuelito, que la acompañó al Centro de Congresos para conseguir uno de los que allí se expendían presencialmente para la población mayor de 65 años. Beneficiada la niña, encantado el abuelito por satisfacerla, contenta la librería donde realizaron la compra y, como en el caso que les ilustraba en esta misma sección la semana pasada con el fiasco de los bonos para bicis y patinetes, diezmados los contribuyentes por las constantes ocurrencias de los políticos.

No sé si se habrán dado cuenta, estoy seguro que sí, de que últimamente los políticos nos han introducido en una suerte de «Caja de Skinner». Skinner fue un psicólogo estadounidense, fallecido en 1990, que diseñó la caja que lleva su nombre como un instrumento de laboratorio para estudiar el comportamiento animal en un marco de tiempo determinado. Esa caja es, en realidad, una jaula que aísla por completo al sujeto de estímulos externos, dotada de una palanca que refuerza el comportamiento del animal proporcionando, al ser activada, refuerzos positivos, como la comida, o negativos, como un ruido desagradable.

Por lo tanto, el símil que había empleado mi amigo, el de la rueda del hámster, estaba perfectamente traído desde un punto de vista conductual; mientras los ciudadanos se pasan el día dándole a la palanca de su jaula, las teclas del ordenador en este caso, a la espera de conseguir un refuerzo positivo en forma de uno de esos bonos que nos «regalan», no se acuerdan de la manera en la que las administraciones nos esquilman a impuestos para luego otorgarnos, graciosamente, estas «generosas» dádivas.

Claro que, de vez en cuando, la presión sobre la palanca también puede devolver los refuerzos negativos que comentábamos. Ese es el caso de una conversación que tuve con una íntima amiga que me comentó que había pagado más de trescientos euros de luz en el mes de agosto y que, al pedir explicaciones, le habían comunicado que, como podía ver en su factura, eso se debía a la compensación a las eléctricas por el tope al precio del gas, según lo estipulado por el Real Decreto 10/2022. Es decir, que en los meses anteriores el Gobierno nos ha dado un estímulo positivo que no era más que un tocomocho: lo que no se pagó en su día se hará ahora con creces, especialmente por los consumidores que tengan tarifas reguladas por el libre mercado y que hayan renovado sus contratos después del 26 de abril, quienes van a pagar entre 12 y 13 céntimos más por kilovatio/hora.

Si el millón largo de euros que han costado se hubieran dejado en los bolsillos de los comerciantes y ciudadanos... tengan por seguro que ese dinero se habría empleado de una manera mucho más fructífera.

Creo que todo el mundo comprenderá el engaño al que el Gobierno nos ha sometido con ese pago en diferido del precio de la luz con ese cambalache de limitar el precio del gas para cobrarlo después. Pues en el tema de los bonos la engañifa es aún más burda; si el millón largo de euros que han costado se hubieran dejado en los bolsillos de los comerciantes y ciudadanos a los que, supuestamente, se pretendía beneficiar, en forma de una rebaja fiscal, tengan por seguro que ese dinero se habría empleado de una manera mucho más fructífera.