He oído decir a muchos docentes jubilados y jubiladas que siguen sintiéndose docentes después de haber finalizado su vida laboral. No me extraña. Porque ser maestro o profesor es una forma de ser y de estar en el mundo, una forma de ver la vida y de relacionarse con las personas.

Ser docente durante años deja una impronta imborrable siempre que se haya ejercido la profesión con un máximo (yo diría que también con un mínimo) de pasión, de entusiasmo y de coraje.

Muchas veces me sorprendo mí mismo haciendo sugerencias didácticas. Si llamo por teléfono y pregunto por alguien y me contestan que “está reunido”, pido disculpas por explicar que se trata de una expresión incorrecta. “Estar reunido” significa tener todas las partes unidas. Lo correcto es decir “está en una reunión”, le digo. Alguien lo puede considerar una impertinencia, lo sé. Y por eso me disculpo. Si entro en un restaurante, pregunto por los baños y me dicen que están “detrás suyo”, le explico al camarero que “suyo” es un posesivo y que lo correcto es decir que “están detrás de ti”. Y cuando me preguntan por el correo electrónico y digo que es arrebol@uma.es, me atrevo a preguntar:

  • ¿Sabe lo que son los arreboles?

Nadie me ha dicho que sí. Y entonces lo aclaro:

  • Pues son las nubes rojas del atardecer. Por eso cuando uno se pone colorado se dice que tiene el rostro arrebolado.

Son tics de profesor. Quizás alguien lo interprete como petulancia. Por eso siempre me apresuro a pedir disculpas. La verdad es que siempre, pero siempre siempre, me han dicho que muchas gracias, que es hermoso aprender y que todos los días se aprende algo nuevo. Si algún día me sueltan un exabrupto, me lo tendré bien merecido.

Seguimos siendo docentes, a pesar de haber dejado las aulas, porque todo el mundo es un aula donde se puede enseñar y aprender. Y por seso seguimos leyendo, seguimos preocupados por el saber y exigiéndonos un comportamiento ejemplar.

Los asistentes a una conferencia organizada por la Cámara Municipal de Almada (a un pasito de Lisboa) que impartí el pasado martes, aplaudieron una cita de Emilio Lledó que, después de su jubilación, al abandonar la docencia, dijo que había dejado atrás una “fuente inagotable de felicidad y de vida”. Qué diferente a la actitud de quien, cuando llega la hora de irse, no solo anticipa el momento, si la ley se lo permite, sino que lo vive como la liberación de un gran sufrimiento y de una gran desgracia.

María Zambrano, nuestra malagueña María Zambrano, en su ensayo “La vocación de maestro, dice: “La vocación, por tanto, es una acción trascendente del ser, una salida, si podemos decir del ser humano, de sus propios confines para ir a verterse más allá, Es un recogerse para luego volcarse; un ensimismarse para manifestarse con mayor plenitud”. Se es maestro o maestra. Y, por consiguiente, se es siempre. No se deja de ser por abandonar el oficio.

Tengo una especial fascinación por los libros que, ya desde el título, hablan de bibliotecas, de librerías, de libreros y de libros. Por eso he leído en un solo día (entre aviones, aeropuertos y resquicios de descanso, la tercera edición de “El hombre que paseaba con libros”, obra de Carsten Henn (alemán nacido en Colonia en 1973). Un libro que acaba de ver la luz en España.

Me gusta leer en libros con soporte de papel. Me gusta su tacto, su olor, su forma, el hecho de pasar las páginas. En ningún ebook encontraremos nunca un pétalo de rosa perfectamente planchado. Tengo la costumbre de ir anotando aquello que me llama la atención en una hoja que me sirve de marcapáginas. Escribo el comienzo de la frase, la página y, con una flechita, indico si está situada arriba, en medio o debajo. Eso me permite su fácil localización. He gastado mucho tiempo tratando de localizar una frase que me había interesado en un libro. Y casi lo he tenido que volver a leer entero para encontrarla. Pues bien, de pocos libros he tomado tantas notas. Dice el antiguo propietario de la librería “A las puertas”, epicentro de la novela a la que me estoy refiriendo: “No es importante qué se lee, sino que se lea”.

Uno de los personajes a los que el protagonista, Carl Kollhoff, viejo librero, lleva los libros a domicilio es una maestra jubilada, cuyo nombre ficticio, de un personaje literario, es señora Calzaslargas. En uno de los pasajes de la obra se puede leer:

“- He sido profesora de primaria toda mi vida, Y, aunque ya no trabaje en la escuela, lo sigo siendo. Eso no se quita.

  • ¿Como si la profesión se le hubiera quedado pegada?, dijo la pequeña Shasha.
  • Dicho así suena un poco desagradable, respondió la señora Calzaslargas con un mohín. Es más bien como un anillo elegante que ya no pasa por los nudillos y no se puede sacar. En ocasiones sientes que está ahí, pero la mayoría de las veces no lo notas en absoluto. En cambio, los demás sí que lo ven.

Shasha se fijó sin querer en los dedos arrugados de la anciana, cargados de anillos. Al parecer, había impartido muchas asignaturas”.

Se trata de una profesora especial que, en otra parte de la novela dice: “¿Sabes?, echo mucho de menos a mis alumnos. Sobre todo, a los malos, porque es a los que podía enseñarles más cosas”.

Quiero contar una ingeniosa estratagema que urden Carl Kollhoff y Shasha con la señora Calzaslargas. Uno de los clientes del librero (de nombre literario Hércules) es analfabeto y, por motivos obvios, lo oculta celosamente. Deciden convertirle en profesor de un supuesto niño que no sabe leer ni escribir. He aquí el plan:

“- Soy profesora de primaria, - Hércules inclinó la cabeza hacia abajo, como un boxeador que espera un duro golpe-. Y uno de mis alumnos no sabe leer ni escribir, es analfabeto.

  • No veo cómo puedo ayudarla yo con eso. Yo trabajo en la construcción, dijo Hércules.
  • El problema es que no me respeta. He desarrollado un método excelente para que aprenda a leer y a escribir, pero ya soy una mujer mayor. Joven de corazón, eso sí. Pero él me encuentra… poco moderna. Por eso necesito a alguien guay por el que sienta respeto. El chico es un gran fan de un héroe de cine de acción de color verde, con músculos como cordilleras. Lo idolatra. Le conté mi problema al señor Kollhoff y a él se le ocurrió pedirle ayuda a usted.
  • Bueno…
  • Por supuesto, primero tendría que enseñarle yo misma mi sistema para que usted pudiera transmitírselo a él. No pienso dejarlo solo. Pero la verdad es que es un poco tedioso, no le voy a engañar. Tenemos que repasar letra por letra, ya que he desarrollado frases nemotécnicas especiales para cada una. –La señora Calzaslargas miró a Hércules que se estaba amasando los nudillos-. Entendería que se negara, claro, porque una propuesta así, de sopetón… Estoy segura de que tiene muchas otras cosas que hacer. Es solo por este alumno, ¿sabe? Lo aprecio mucho, es un buen chico Solo que nadie le ha enseñado a leer ni a escribir como dios manda, y no quiero que eso le arruine la vida.

Hércules dijo:

  • Le voy a confesar una cosa. Es una gran idea ¿Qué clase de imbécil sería si dijera que no? Me apunto. Pero le advierto que haré muchas preguntas para asegurarme de que lo hago bien. Tendrá que enseñarme como si yo fuera el niño. Porque yo, cuando hago algo, me entrego al cien por cien. Me parece genial poder ayudar a los pequeños a que aprendan el alfabeto”.

Esta maestra de ficción se sigue sintiendo maestra, como tantas otras en la realidad, porque fue feliz cuando ejercía, porque hizo su trabajo con amor a quienes menos sabían, porque cada día fue colocando en la hucha de la vida unas monedas de satisfacción.

Viviremos la jubilación como si fuera el eco de la vida anterior. Por eso es importante que sea magnífica, hermosa, apasionante, a pesar de las dificultades. Pienso que, igual que existen los planes económicos de pensiones, que nos garantizan una vida más tranquila y más segura, podríamos pensar en planes de pensiones de carácter profesional. Diariamente podemos hacer una pequeña aportación y, ocasionalmente, alguna de mayor envergadura. Aportaciones de ilusión, de esfuerzo, de pasión, de amor por lo que se enseña y por aquellos y aquellas a quienes se enseña. Vivir la profesión con autenticidad y alegría es un modo de garantizarse una vida feliz de jubilados y jubiladas. ¿Por qué no abrir ya un plan de pensiones pedagógico?