Al parecer se ha muerto la Reina del Reino Unido. Lo peor es que, por falta de tiempo, su heredero, Carlos, no ha podido recibir una educación completa, la principal virtud y argumento de las monarquías. Así, por ejemplo, no sabe usar las plumas estilográficas y se está poniendo perdido de tinta, con lo que eso desdice de una buena y delicada instrucción. A mí también me pasa, por eso no uso plumas y me arreglo con los bic y los pilot y así y todo me mancho. O sea, que escribo y acabo manchado. En estos artículos no, porque los hago en un ordenador, pero estoy pensando que habría que hacer ordenadores que mancharan, para más verosimilitud y, de paso, para dar posibilidad al escribiente de hacer poesía jugando con la mancha y la pantalla, sobre todo para historias sombrías. Al entierro van a ir dos reyes y dos reinas españolas. Sólo falta Heraclio Fournier. Yo creo que es ganas de hacer el ridículo, pero hace tiempo que llegué a la conclusión de que las retorcidas retóricas del protocolo monárquico lo único que pretenden es ser tan exageradamente grotescas que no se les note que ese esa es su naturaleza y utilidad, más allá de sus funciones constitucionales, que no dejan de ser accidente sin sustancia. Así que allá va Juan Carlos a esbozar una lagrimita en el duelo familiar y a derrochar campechanía con los primos, y primas, casi más con las primas. Y si lo sientan con el Rey de verdad, mal, y si los ponen alejados, peor.

La que creo que no va es Yolanda Díaz. No por nada, no por convicción ideológica y eso. No. Es porque está a la escucha y en Londres no llegan las voces de aquí como no se grite mucho, mucho. Una pena, porque un paso por Westminster y alrededores pule la imagen, suaviza las intenciones y aclara el ánimo. Y más ahora, cuando la ultraderecha gana hasta en Suecia y va a ser de darse prisa en evitar su avance. Pero no: ella escuchando y escuchando consume nuestra alegría. Ya sé que estas cosas llevan su tiempo, que no es asunto de llegar y decir: “vamos”, e ir. Pero me da la impresión de que la Vicepresidenta del Gobierno de España no ha caído en que antes de sus Generales, están en muchos sitios las autonómicas, y en todos los Ayuntamientos, las municipales. O sea, que lo mismo, cuando lleguen las parlamentarias ya no le queda nadie a quien escuchar. Estas cosas en Madrid no se piensan. Incluso si eres gallega se olvida. Eso de Madrid es que es otro mundo: cada madrileño lleva un periodista y un polítólogo entre el hígado y el corazón, y un estadista en el cerebelo. Y con tanto saber no falta quien le repita que no es tiempo: no corras, Díaz, no corras.

Yo no sé en el País Valenciano o en Alicante a quien escucha o ha escuchado o escuchará. Tengo auténtico interés. Bueno, curiosidad. Como saber lo que la Reina Isabel llevaba en el bolso o porqué su Hijo se perdió la lección de manejo de Montblanc. Pero, en fín, ya nos enteraremos. Por otro lado, es sabido que en el sutilísimo diseño matriótico de un nuevo frente amplio no se quiere que estén los partidos, aunque pueden estar militantes de partidos, como ella misma, sin ir más lejos. Pero, claro, los partidos están: se llaman Podemos o IU y aquí y allá hay otras expresiones del desasosiego y del peligro galopante de no llegar al 5%. Y como esos partidos a los que no se quiere dar vela en este entierro, ni pluma con la que escribir sus inquietudes, desaparezcan, proveyendo de concejales o diputados, y aun gobiernos, a la derecha –y ultraderecha-, lo que va a oír Yolanda Díaz no le va a gustar.

Porque claro que tiene derecho a marcar sus ritmos para maximizar sus resultados y su poder personal –no se trata de otra cosa más espiritual-, lo malo es que en esas franjas de electores –y hasta en las de Compromis o de Comuns- despertó una cierta ilusión que transcurrido medio año se trocará en conflictos y en decepción. Como si no lleváramos bastantes. La solución es obvia: actuar como si el famoso proyecto de la voz de su ama no existiera –y si luego existe, ya veremos-. Pero va a ser difícil por dos razones.

La primera porque el pensamiento anclado a una nueva convergencia es el único que, de manera harto dudosa, permite imaginar un buen resultado para la antigua convergencia. No haré chistes pero eso de “unidas”… E incluso afectará a otros partidos. En la Comunidad Valenciana va a ser difícil que Compromis y hasta el PSOE permanezcan pasivos ante la perspectiva que los creyentes en las unidades mágicas se deslicen a entretener su espera en la abstención. En Compromis, incluso, puede incidir en esa extraña aberración, en ese simulacro de democracia, llamado “Primarias”.

La segunda porque la izquierda no acaba se superar uno de sus errores históricos: confundir la necesidad de liderazgos fuertes con delegar en un o una hiperlíder todas las iniciativas principales y la identidad de la formación política. Si el o la líder es bueno, apueste usted a que se estropeará, carcomido por la fuerza de la soberbia; si son malos, desde el principio el caos se instalará en las filas de la organización. Porque hay una contradicción esencial: fuerzas que predican una política basada en el debate, en la dirección democrática, en el crecimiento del conocimiento político, prostituyen sus deseos e intenciones con esta angustia por la jefatura. Al final es posible que el sujeto no sepa ni hacer la o con un canuto, ni siquiera con una Parker de lujo. Pero cuando nos enteramos de eso ya está reinando sobre una porción de súbditos que no osarán preguntar(se) por la calidad de la dirección: es más importante el consenso que el pensamiento crítico, la unanimidad que la controversia. Vencer y no convencer. Hay mucho monárquico visceral en las filas de la izquierda radical: les gustan las coronaciones y las liturgias.

En fin, seguiremos atentos a ver si se nos pide una palabra que rebote hasta Madrid. Pero, por ahora, no esperéis a Yolanda Díaz. Porque no va a venir.