Cuando Vox nació como formación política hace algunos años anunció a bombo y platillo que su intención era regenerar la política española y solucionar los problemas de España, un país, al parecer, en decadencia moral y económica producto de años de bipartidismo y de una democracia imperfecta y corrupta. Las últimas encuestas de intención de voto publicadas constatan que la formación de ultraderecha ha comenzado un lento proceso que culminará, algún día, en su desaparición, en su integración en el Partido Popular o en una presencia testimonial en determinados parlamentos autonómicos o en ayuntamientos de pequeñas poblaciones.

Los últimos acontecimientos ocurridos en el seno de Vox vienen a confirmar que un partido de índole fascista, machista y retrógrado nunca podrá mantenerse en un sistema democrático por cuanto la esencia de la democracia consiste, precisamente, en lo contrario al modo de actuar interno y externo de este partido. Por un lado, en Vox se nombra a los candidatos y candidatas a presidir comunidades autónomas, ayuntamientos y como miembros del Congreso de los Diputados y Senado con total ausencia de debate y de votaciones en primarias. Ni siquiera llevan a cabo la pantomima de congresos nacionales o territoriales para la elección de candidatos. Todos los nombramientos vienen directamente de Madrid y de la camarilla que rodea al presidente Santiago Abascal, sin que se conozca cuáles son los méritos políticos de los elegidos. Por otra parte, se trata de un partido político en el que no existe el debate interno ni la confrontación de ideas. Todo se basa en el ordeno y mando lo que supone que la democracia no está en el ADN de su estructura. Un partido que no tiene interiorizada la democracia ni el respeto hacia aquel que mantiene una posición distinta a la establecida por la mayoría o por el pequeño círculo de personas que ostenta el poder y la capacidad de decisión, es un partido condenado a su desaparición. Por mucho que Vox intente crear la ilusión de un partido fuerte y unido alrededor de la figura de Santiago Abascal (con sus ridículas camisas ajustadas y su pelo cuidadosamente peinado para ocultar una incipiente calvicie) a imagen y semejanza de los partidos falangistas de la España de los años 30, esa ausencia de libertad para hablar es precisamente su principal debilidad y su probable causa de que su final comience a vislumbrarse.

La razón principal del surgimiento de Vox fue el hecho de que el Partido Popular dejase de mantener a Santiago Abascal. Después de largos años de pagarle un sueldo con cargo a los impuestos de los españoles por no hacer nada, el PP cortó el grifo de la paguita a fin de mes no teniendo otro remedio Abascal que fundar un partido político para continuar viviendo sin trabajar. A él se unió el matrimonio Monasterio y Espinosa de los Monteros arruinados tras largos años de fracasos empresariales que apenas lograban sobrevivir gracias a que Rocío Monasterio comenzó a trabajar como arquitecta sin haber terminado la carrera, firmando proyectos de manera ilegal como ella misa ha reconocido y transformando garajes en lujosos lofts que luego eran declarados ilegales por los ayuntamientos al carecer de todos los permisos de habitabilidad.

El sainete protagonizado por Macarena Olona, afirmando hace unas semanas que dejaba la política por unos supuestos problemas médicos que no le impidieron hacer el camino de Santiago, ha subrayado la decadencia de Vox. La denuncia por parte de Olona en los medios de comunicación de que en Vox no existe la participación ni la democracia interna sólo puede producir carcajadas. Debía ser la única española que no sabía que Vox es un partido autoritario. ¿Qué será lo siguiente que descubra Macarena Olona? ¿Que Vox es un partido machista, racista y xenófobo? Mientras tanto Olona se hace la interesante amagando con crear otro partido político, pidiendo reunirse con Abascal y afirmando que a ella sólo la sacarán de la política los españoles como un claro guiño a los partidos de corte fascista y falangista obviando que en España existe un sistema de representación que impide la participación directa de los ciudadanos en la elección de los representantes en las instituciones.

A estas alturas la única duda que presenta Vox es cuánto tiempo tardará en desaparecer de la vida política española. Los insultos y rabietas de Juan García-Gallardo (que moda más ridícula la de los apellidos compuestos) vicepresidente de la Junta de Castilla y León, el cisma protagonizado por Macarena Olona que va camino de convertirse en una escisión en toda regla y la sensación generalizada de que Vox ha sido un fiasco que no ha servido para nada en la vida pública española, presenta un panorama desolador para la ultraderecha española. Una ultraderecha formada por los nostálgicos del franquismo y por los trumpistas españoles que basan sus opiniones en el odio a todo lo que signifique una sociedad libre y justa en la que las minorías y las mujeres puedan ejercer sus derechos en igualdad de condiciones.