Comienzo a estar cansado de escuchar las demagogias que se están gastando los políticos vendiendo los impuestos, unas veces para arriba y otras para abajo, buscando sobre todo un rédito electoral, sin pararse a pensar si están correctamente planteados o no. Ya les adelanto, que el impuesto sobre el Patrimonio tan en boga en la actualidad en España, pero prácticamente desaparecido en Europa y las naciones más civilizadas, me parece un atraco a mano armada, pues es hacer pagar a los ciudadanos dos, tres y tantos años como dure el sufridor que lo mantenga, tras haber pagado previamente el mismo valor que el valor del patrimonio conservado, en la declaración del impuesto que lo generó, penalizando el ahorro y la herencia que unos padres quieran dejar a sus hijos. La demagogia de justificar el impuesto porque se aplica a los ricos en beneficio de los pobres, me resulta de un cierto cinismo. Podríamos eliminar: coches oficiales, privilegios reiterados a toda la clase política, escoltas inútiles, ministerios que no sirven para nada, asesores apesebrados, una administración sobre dimensionada, subvenciones improductivas para chiringuitos de amiguetes como la de los ERE, donde se han volatilizado más de 700 millones de euros; y un largo etcétera de gastos superfluos indecentes, tales como obras inútiles, viajes lúdicos disfrazados con planteamientos esotéricos que tengan a bien inventarse para justificar lo injustificable, y así podríamos librar y ahorrar unos dineros que superarían con diferencia lo que se recauda, indecentemente, por la vía del impuesto del Patrimonio.

Si no se gastaran esos dineros de manera improductiva, sí que podría ayudarse seriamente a los que más lo necesitan. ¡Ah! Que se me olvidaba citar también los actualmente domesticados (gobierna la izquierda) sindicatos de UGT y CC OO, incapaces de financiarse a sí mismos, como es la regla de cualquier sindicato serio que se tenga por tal, viviendo de los impuestos, y el pastón que cuestan sus liberados a las empresas para agitar las banderitas rojas en los telediarios. Lo mismo podemos decir de las asociaciones empresariales y sus ejecutivos, que deberían también autofinanciarse por sí mismas en vez de ordeñar al Estado. Cada palo debe aguantar su vela, en vez de cargarla en los presupuestos.

Y el rollo de que los impuestos mayores los tienen que pagar los que más ganan, en beneficio de los que menos ganan (ahora demagógicamente llamados ricos y pobres), es una falacia como la copa de un pino, porque es un hecho demostrable que siempre ha sido así y así seguirá siendo, como debe ser; pero debe hacerse con impuestos justificados, que no resulten doblemente impositivos, y por tanto sin penalizar los ahorros y las inversiones patrimoniales que crean puestos de trabajo y riquezas. Los impuestos viscerales, con tufillos de izquierdas trasnochadas y voceros que buscan solo un aplauso populista y votos, deberían desaparecer sin más, porque generan más perjuicios que beneficios, con serios riesgos de que las inversiones se vayan al exterior, a diferencia de lo que ha hecho Irlanda consiguiendo una prosperidad envidiable, por mucho que quieran cuestionarla. Y qué decir de los impresentables presupuestos sociales, como así nos los quieren vender; que gestionan los dineros que deberían emplearse en crear inversiones productivas, digamos en comprar cañas y redes que nos sirvan para pescar, en vez de gastarlos en darnos unos cuantos peces, comprando miserablemente los votos, como están haciendo con los pensionistas sin vergüenza alguna para las próximas elecciones: en definitiva, pan para hoy y hambre para mañana, sin que se salven las futuras generaciones, a los que dejaremos una deuda impagable. Y lo que ya resulta de unas coñas marineras insultantes a la mayoría de los españoles que no vivimos en Vascongadas y Cataluña, nacen del presupuesto teóricamente diseñado para los más desfavorecidos, tengamos que admitir con sorpresa sin igual que los pobres de solemnidad se encuentran concentrados en dichas autonomías y no por ejemplo en la de Extremadura, habida cuenta la ingente cantidad de dinero que dedican a las mismas, dejando parte de España a dos velas, como así ocurrirá a Alicante, situada la última por segunda vez en inversiones por habitante, y que allá se las componga, porque según parece en Alicante todos somos ricos y no existen pobres; y esta sinvergüenzada la aceptan nuestros políticos locales silbándole a la luna de Valencia. ¡Viva la democracia igualitaria española!