Cuando llegaron las cámaras a nuestras ciudades, con la excusa de disuadir la delincuencia, mucha gente afirmaba que estaba de acuerdo. La idea básica era que nada tenía que temer quien no tuviera nada que ocultar, como si la vigilancia indiscriminada hubiese sido alguna vez compañera de viaje de los derechos humanos más elementales.

Veinte años después, la proliferación de cámaras de vigilancia sigue sin suscitar el debate debido. Es cierto que, en Europa, las zonas videovigiladas deben advertir a los viandantes. Pero el modelo chino parece haberse impuesto, y comienza a ser cada vez más difícil discernir la frontera entre la seguridad ciudadana y el control social encubierto.

Un informe de CompariTech sobre las ciudades más videovigiladas aporta información útil para el debate. Las ciudades chinas, indias y rusas encabezan todos los ránkings. El caso chino es otra liga: casi 11 millones de cámaras en Shanghái y casi 8 millones en Pekín. Más de 400.000 en Delhi o Hyderabad (India), y más de 200.000 en Moscú son indicadores sólidos de lo que de verdad se persigue con la instalación masiva de este tipo de herramientas.

En Europa, la ciudad más vigilada es Londres. Se da la paradoja, además, de que buena parte de las cámaras son de procedencia china, y pertenecen a la misma empresa (Hikvision) que ha montado la red de videocontrol para el gobierno asiático. El debate no pasó a mayores, porque lo que de verdad importa en el Reino Unido es la protección del sector financiero y los intereses de sus multimillonarios. Sin embargo, y aunque las cifras europeas están muy lejos de las asiáticas, o incluso de las de algunas ciudades de América Latina (como México City o Buenos Aires), la potencia que da la combinación de una extensa red de cámaras y las tecnologías de reconocimiento facial han alertado a las organizaciones defensoras de los derechos humanos, y a los ciudadanos sensibles con los abusos del poder.

Nunca podremos saber a ciencia cierta quién va a utilizar las grabaciones de las cámaras de seguridad, ni para qué se van a utilizar. Hay casos documentados del uso de estas imágenes con fines discriminatorios (para perseguir a los homosexuales, por ejemplo), con fines espurios (atacar desde el poder a rivales políticos incómodos) o directamente para perseguir y encarcelar a los disidentes políticos, como se hizo en Hong Kong. Se pregunta Richard Stallman cuánta vigilancia puede soportar una democracia. Hoy las cámaras son armas cargadas de futuro.