Los periódicos de toda la vida han cambiado su modelo de negocio. Cada vez menos gente compra el ejemplar en los kioskos, ya que el consumo de noticias ha pasado a ser digital. Muchos medios ya son de pago, otros tantos tan sólo exigen un registro. Nuestros datos, las métricas que generamos gratis al leer las noticias, también son una importante fuente de ingresos, porque los medios son sobre todo intermediarios, vendedores de datos en el feroz ecosistema digital.

La paradoja del periodismo contemporáneo es que el tráfico en la web, los contenidos virales o las polémicas artificiales se han impuesto a la información veraz, la defensa de los intereses colectivos o la fiscalización del poder político y económico. Los periódicos están llenos de transcripciones de notas de prensa, de reportajes más o menos pagados, de noticias sin interés. Incluso de bulos. Parece, además, que los propios medios son conscientes del escaso valor de su propuesta. Los suscriptores del más influyente diario nacional, que pagamos diez euros al mes, estamos cansados de recibir un bombardeo de ofertas a la baja, de gangas sospechosas que proponen precios ridículos (3 euros), como si no estuviésemos ya suscritos, o como si lo único importante fuese el dinero. Un error de manual.

Lo que queremos los lectores de pago es periodismo. El viejo periodismo de toda la vida que publicaba lo que alguien esperaba que no saliese a la luz, las historias que hoy parecen legendarias y por las que la prensa, el cuarto poder, era independiente y temido. En la jerga del sector se habla de pasar el cazo cuando se organiza un acto a mayor gloria del poder político de turno, y luego se cobra. Tanto está yendo el cazo a la fuente que acabará por romperse.

En otros países se han reforzado las redacciones y se ha fomentado el uso de herramientas visuales para enganchar a lectores y suscriptores. Según acaba de publicar Nir Eyal, hay tres grandes errores detectados que hacen que fallen los modelos de suscripción: es difícil acceder a los contenidos que nos interesan (Netflix); no se ofrecen suficientes novedades, en un mundo acelerado; y no se presta atención al llamado “valor almacenado”, esto es, a que el producto gane valor con el tiempo.

En España, ser suscriptor digital de la prensa es cada vez más una cuestión de fe, de militancia, de apoyo a un sector moribundo que fue importante para desafiar al poder y hacernos mejores. Ya que pagamos, por favor, que no nos tomen más por imbéciles.