Solo la formación continua es garantía de progreso

Estudiantes haciendo un examen en la Universidad de Alicante (UA).

Estudiantes haciendo un examen en la Universidad de Alicante (UA). / Áxel Álvarez

José Luis Gascó Gascó

El pasado 24 de febrero, en el marco del Acto de Graduación de la Facultad de Derecho de la Universidad de Alicante, las catedráticas de Derecho del Trabajo y Seguridad Social Carmen Viqueira Pérez y María Emilia Casas Bahamonde, en su condición, en el caso la profesora Viqueira, de responsable de la salutación a los nuevos titulados y presentadora de la profesora Casas, presidenta emérita del Tribunal Constitucional y responsable en este acto de la lección inaugural, coincidieron en la importancia de la recualificación constante para avanzar en este entorno muy condicionado por los cambios acelerados, las disrupciones constantes.

Decía Viqueira que el título obtenido facilitaba el acceso al mundo profesional, pero no se debían escatimar esfuerzos para afianzar ese camino, contando siempre con su Universidad. Un concepto que reiteraba la profesora Casas, cuando decía que la formación continua y la recualificación profesional resultan imprescindibles para todos, jóvenes y mayores, y las Universidades tienen que seguir comprometidas con ambos colectivos.

Peter Drucker afirmaba que “la mejor manera de predecir el futuro, es crearlo”, pero la verdad es que solo tenemos control sobre el presente, aunque es cierto que en gran medida nuestro presente es fruto de decisiones pasadas, así que también las decisiones actuales condicionarán nuestro devenir y, en esa especie de efecto mariposa que propician las circunstancias individuales y colectivas, el futuro en sentido amplio.

Anticipar el futuro, por tanto, sería la situación ideal, lo que nos permitiría diseñar, producir y comercializar los productos y servicios capaces de resolver algunas de las necesidades y expectativas futuras de las personas y de otras organizaciones y empresas.

Y si somos pioneros y lo hacemos bien, estaremos durante un tiempo en ese Océano Azul, ese espacio aún no competido al que aspiran todas las empresas, y que les permite apropiarse de una parte del valor generado con sus propuestas.

En el siglo pasado, hace solo 23 años, los conocimientos adquiridos en la Universidad y en la vida, nos permitían desenvolvernos con cierta tranquilidad a lo largo de toda nuestra carrera profesional. Las cosas cambiaban, claro, pero a una velocidad que permitía integrar los cambios sin necesidad de grandes esfuerzos. Las cosas evolucionaban con cierto reposo.

Pero la sociedad cambia y con ella, las empresas. Más que evolución, en este siglo nuevo observamos revoluciones que no siempre podemos asumir de manera vegetativa.

Empezamos a hablar de disrupciones, de cambios bruscos e imprevistos provocados fundamentalmente por la tecnología, lo que impulsó la globalización, la internacionalización de la economía, o el aumento del poder del cliente en las relaciones con las empresas. Y, por supuesto, situaciones imprevistas y en ocasiones trágicas como la guerra promovida por Rusia en Ucrania, que, más allá del desastre humanitario que suponen, incorporan elementos que dificultan enormemente la labor de las empresas (costes disparados de la energía, inflación, dificultades en los suministros y en las cadenas logísticas, etc.)

Esta situación, disruptiva en sí misma, exige énfasis en la formación continua con un enfoque diferente basado en la potenciación del equipo de trabajo, la innovación y la capacidad de adaptación a ese nuevo entorno imprevisible y muy competido, lógicamente con la actualización imprescindible de las competencias técnicas.

Los directivos y los empresarios necesitan desarrollar nuevas aptitudes y, sobre todo, nuevas actitudes para seguir compitiendo con éxito en este mercado cada día más global e interconectado.

Y en este punto, como decía, la formación continua tiene un papel fundamental partiendo desde posiciones muy sólidas que son las que la enseñanza reglada nos ofrece. Enseñanza que necesariamente tiene que ser transversal, integrando la formación técnica con las humanidades, de manera que se potencie el conocimiento técnico, pero también la capacidad crítica de las personas, la innovación o el equipo de trabajo.

Todo esto, junto con la investigación, constituye la base del trabajo universitario que, no obstante, también se ocupa de la adaptación constante de esos conocimientos a la realidad cambiante de las empresas.

Sin universidades muy sólidas, que impartan conocimientos que trascienden al día a día, que constituyen los cimientos imprescindibles sobre los que construir edificios capaces de adaptarse a cualquier circunstancia, sería imposible el progreso de la sociedad.

Digo esto porque creo que es importante aportar más luz a esa especie de mantra poco contrastado que en ocasiones trasciende en discursos y artículos, que supone que la Universidad es una institución inmovilista, incapaz de adaptarse a las necesidades cambiantes de la sociedad, especialmente en el ámbito de las empresas; más preocupada por expedir títulos que por la calidad de la enseñanza.

Y, sin embargo, sin nuestras Universidades construiríamos edificios de papel que caerían al menor soplo de viento.

Es por eso que necesitamos programas muy contrastados, que no puedan modificarse al arbitrio de modas, que requieren reflexión para sufrir modificaciones, por pequeñas que sean. Podríamos compararlos con nuestra Constitución. Es nuestra ley de leyes sobre la que se construye todo el andamiaje jurídico que, este sí, sufre modificaciones para adaptarse a la evolución de la sociedad, pero difícilmente afectarán a la base de ese conglomerado.

Pero en la Universidad no solo nos quedamos con la Constitución. Atendemos exactamente igual a su aplicación a las distintas realidades sociales.

Ahí están nuestros cursos máster y experto, nuestros títulos propios que adaptan aquellos conocimientos básicos sin los que nada puede funcionar, a la realidad cambiante de las empresas; y estamos en condiciones de hacerlo con gran eficacia, como consecuencia de los trabajos de investigación que realizamos solos o en colaboración con otras entidades, y que nos permiten conocer no solo por donde avanza la sociedad, sino, incluso, anticipar los siguientes pasos. Y estos cursos los adaptamos con toda la velocidad que sea necesaria, respetando la solidez de la información que manejamos y contando, además, con los auténticos promotores del cambio.

Entender, integrar y canalizar ese cambio es imprescindible para progresar, lo que requiere respuestas innovadoras pero sólidas, fruto de la reflexión y el análisis. Requiere tomar decisiones, buenas decisiones, que apoyen el progreso de la sociedad. Y en ese punto está de manera imprescindible la Universidad, desde todas las áreas de conocimiento y para todas las facetas que impactan en el desarrollo social.