Barrilla de Alicante

Barrilla de Alicante

Barrilla de Alicante / Antonio Gil Olcina

Antonio Gil Olcina

Antonio Gil Olcina

Hasta finales del siglo XVIII, en que se inicia la obtención del carbonato sódico por procedimiento industrial a partir de la sal común, dicho producto se conseguía por calcinación de las llamadas plantas barrilleras, de ahí la sinonimia de sal de barrilla. La extraordinaria abundancia de las especies de mayor y mejor rendimiento en el Sureste Ibérico centró sobre este espacio una demanda de alcance europeo. Son numerosos los testimonios coincidentes en encarecer la importancia de un aprovechamiento llamado a ser, siglo y medio, uno de los primeros capítulos de la exportación española y puntal económico esencial del área indicada.

La Gasca (1817) indica que aquellas «habían dado más millones a la nación que las minas del Potosí y Guanajuato»; y Canga Argüelles (1826) considera la barrilla «fruto precioso de las provincias meridionales de la península». Su condición de producto valioso se revela también porque, en la partición de frutos, la porción alícuota requerida a enfiteutas o fadigueros solía ser mayor que la de otros esquimos. Así, en la nueva población de San Francisco de Asís (1748), fundada, a imitación de las Villas Eximidas de Belluga, por el duque de Arcos y marqués de Elche, para la bonificación del carrizal de Bassa Llarguera, la práctica totalidad de frutos partían al sexto, mientras salicor, aguazul y barrilla lo hacían al cuarto, quemadas las matas, batidas las sales alcalinas y reducidas a piedra sosa. Con todo, la carencia de una política adecuada impidió beneficiarse adecuadamente de su casi monopolio y favoreció, en cambio, el desarrollo de las industrias extranjeras que consumían dicha sal, como hacía notar Townsend (1787): «…el aceite y la sosa eran transportados a Marsella y cambiados en jabón para el uso de España y de sus colonias». Es de notar que Alicante podría haber asumido, con mayor y mejor fundamento, la citada actividad industrial de la ciudad francesa, al disponer no solo de las materias primas (aceite y sosa), sino asimismo de una antigua y acreditada elaboración manufacturera, a la que, en el quinientos, Viciana (1564) denominaba «los exercicios del xabon de tabla que valen más de quarenta mil ducados».

La recogida de soseras espontáneas revistió tradición y notoria importancia, con la presencia de Trías eyectivo (Keuper), en el Bajo Vinalopó; así como en los saladares y espacios palustres del Bajo Segura. En la segunda mitad del seiscientos la demanda creciente de sosa motivó que no bastara la recolección silvestre de las plantas barrilleras e indujo su cultivo, permitiendo la puesta en valor de terrenos que apenas admitían otra explotación; además, esta cosecha propició la aparición de barbechos semillados, al cubrir la hoja vacía del «año y vez» o entrar en rotación trienal con trigo y cebada, siendo frecuente asimismo la asociación con uno y otro cereal. En los términos de Alicante, Elche, Crevillente, Aspe, Novelda y Monóvar era frecuente el cultivo asociado de barrilleras con anís y cominos. Propia de los secanos, la siembra de soseras cobró asimismo extraordinario interés en regadíos deficitarios, como el ilicitano o la Huerta de Alicante.

La especie de más interés y mayor área de siembra fue la denominada «Halogeton sativus L.», conocida por barrilla, barrilla fina, espejuelo y, sobre todo, barrilla de Alicante, cuya área de dispersión natural llega, en territorio alicantino, por el norte, hasta Villajoyosa; por el oeste, hasta Novelda y continúa hacia el sur por tierras oriolanas. Es de señalar que el nombre científico de esta planta incluye el adjetivo «sativus», o sea, sativo, que se siembra y cultiva, a diferencia de lo silvestre. La planta fue objeto de laboreo muy cuidado en tierras alicantinas, zona cuya barrilla gozó mucho tiempo de la mayor reputación. En efecto, la barrilla más estimada era la procedente del referido ámbito, como atestiguaba, en el primer tercio del siglo XVIII, E. de Silhuette: «…la sosa que viene del reino de Valencia y que llaman comúnmente sosa de Alicante es preferible a la sosa de Cartagena. Es la verdadera sosa de barrilla, que es preciso emplear para la fabricación de los espejos…». En tierras pertenecientes a la provincia de Alicante en la actualidad, Cavanilles (1797) estimaba la producción de barrilla en 83.540 quintales (38.428 qm), con las aportaciones muy destacadas de los términos de Alicante (11.960) y San Vicente del Raspeig con su entorno (9.200) y Huerta de Orihuela (4.710), seguidos por los de Monóvar y Pinoso, Crevillente y coto de las Pías Fundaciones.

Granadas las matas, se arrancaban (agosto-septiembre) y se limpiaban sus raíces; luego, con las plantas bien abiertas unas sobre otras, se ataban en gavillas, dejándolas expuestas al sol varios días; ya secas, se apilaban en tresnales hasta el momento de la quema. Proceso este de la máxima trascendencia, ya que condicionaba mucho la calidad del producto; se precisaba mantener una combustión ininterrumpida y uniforme de principio a fin, a temperatura suficiente para lograr un derretimiento completo, sin carbones que menguasen la pureza y valor de la «piedra». La combustión se practicaba en hoyos proporcionados al tamaño del bloque deseado, cuyos pesos solían oscilar entre 10 y 250 kg. Estos hoyos se caldeaban y luego barrían brasas y cenizas para que, a continuación, ardieran las matas de barrilla. Aparejada a la quema iba la «choca» o «choqueo» para prestar homogeneidad a la «piedra»: los peones batían con hurgones y «chuecas» o «mazas combadas», por tres veces, la masa de barrilla ardiente. Concluido el batido, se enlucía la «piedra» resultante y antes que terminase de enfriarse, con la pala de una azada; se cubría de tierra el bloque y se dejaba un mínimo de dos o tres días, para luego extraer la «piedra».

La sosa vegetal fue objeto de activo tráfico hacia los centros de consumo interior y, sobre todo, con destino a puertos extranjeros. A la cabeza de los hispanos los del Reino de Valencia, con las «xabonerías de piedra» de Orihuela, Murviedro (Sagunto) y Elche, además de los hornos de vidrio de Valencia, Alicante, Salinas, Alcira, Ollería y Busot. Los envíos de barrilla al exterior habían alcanzado ya considerable entidad y desarrollo en el primer cuarto del siglo XVIII: en 1722 se embarcaron por Alicante, principal puerto exportador, 44.692 quintales de barrilla, 8.380 de sosa y crecidas partidas de aguazul. Todavía en 1780 el puerto de Alicante canalizaba, según años, entre 40 y 70% de las exportaciones peninsulares de barrilla; a partir de entonces la participación alicantina en dicho comercio se redujo considerablemente. Los «años felices de comercio» a que hace referencia Canga Argüelles corresponden al último cuarto del setecientos, época con producción barrillera ascendente. Tras un declive relativamente suave en el inicio del nuevo siglo, 1807 recoge ya las consecuencias del enfrentamiento anglo-hispano y del bloqueo continental; a consecuencia de todo ello, las exportaciones de «piedra alcalina» a los dos compradores principales, que eran Inglaterra y Francia, seguidas a gran distancia por el conjunto de estados italianos y Holanda, se vieron seriamente afectadas. Por entonces, se habían producido algunas investigaciones, en especial la de Leblanc (1790) para la consecución industrial de sosa a partir de la sal común. No faltaron otros procedimientos en la primera mitad del siglo XIX; sin embargo, resultaban, a pesar de la pureza del producto, demasiado costosos e incapaces de competir económicamente con el método Leblanc.

La difusión de dicho procedimiento arruinó el comercio barrillero, ya en sus postrimerías antes que mediara el ochocientos; claro testimonio de ello es la reducción a menos del 50% de los embarques en el puerto de Alicante en 1848 y 1849 respecto de comienzos de la centuria. Hacia 1848 el informe del comisionado regio Joaquín Roca de Togores rubricaba el ocaso de la barrilla en los términos siguientes: «Antes era artículo de gran cuantía en esta provincia (Alicante), e importaban muchos millones los quintales que se exportaban al extranjero; mas desde que los químicos descubrieron la sosa artificial por la descomposición de la sal común…, ha quedado reducido su consumo a la fabricación del cristal y un poco para la tintura, por lo que también ha disminuido su cultivo, ni éste es posible al precio de 20 a 24 reales que ofrecen por quintal, mientas antes se pagaba desde 60 hasta 80 reales de vellón». Por estos años, el corresponsal de Madoz, al referirse a las producciones agrícolas ilicitanas, afirma que «…inmensa era la cantidad de sosa que bajo el nombre de barrilla de Alicante se esportaba para Francia e Inglaterra antes del año 1795 (Paz de Basilea y ulterior alianza con el Directorio)… pero la invención del carbonato sódico para la elaboración del jabón hecha por el químico francés Leblanc disminuyó notablemente el pedido de aquella, habiendo llegado a ser casi nulo por los años 30 y 33, en que la ignorancia de los comisionados que tenían los extranjeros en Alicante, facilitó á los labradores que pudieran adulterar dicha barrilla con tierra blanca… De este modo se ha desacreditado este art. de comercio que tan grandes cantidades producía para Elche y la prov. entera».

Fue el belga Solvay quien descubrió y, a partir de 1861, mejoró el proceso de obtención industrial que acabaría por imponerse; su patente, explotada en la fábrica de Couillet (Bélgica), alcanzó un éxito total desde 1872. Generalizado este procedimiento, la explotación de las plantas barrilleras retrocedió muy rápidamente, hasta su total desaparición. Anotemos, finalmente, la episódica reaparición de la cosecha silvestre en tierras del Sureste Ibérico en los años del conflicto civil y de la difícil posguerra.