El gorila tras el portero de fútbol

Manifestación contra la amnistía en la calle Ferraz de Madrid

Manifestación contra la amnistía en la calle Ferraz de Madrid / SERGIO PEREZ

Pilar Ruiz Costa

Pilar Ruiz Costa

Existe un buen motivo para que el portero de un equipo de fútbol vista distinto a sus compañeros: que en el fragor del partido un jugador buscando a quién pasar la pelota no se confunda y lance a su propia portería. Y todavía uno mejor para que, puestos a vestir distintos, lo hagan de la manera más llamativa: la dificultad que entraña para el cerebro del rival, balón en mano —digo en pie—, mantener la atención en una esquina de la portería cuando hay un objeto en movimiento pegando brincos vestido de fluorescente justo en frente.

Un ejemplo es un estudio que mis lectores más habituales —todos altos y guapos, ¿se han fijado?— ya me han leído: un test realizado por Simons & Chabris en 1999 donde se muestra a los participantes una grabación de un grupo de personas jugando a baloncesto. Se les pide que cuenten las veces que se pasan la pelota y, concentrados en seguir la pelota naranja no ven, literalmente, a un gorila que cruza por en medio de todos ellos.

Otro ejemplo de esa ceguera por atención selectiva, ese Iker Casillas vestido de amarillo, lo vivimos estos días en las concentraciones convocadas por las derechas y agitadores deseosos de alborotar el avispero."Movilizaciones contra el golpe de Estado", pedía Abascal. "La amnistía es ilegal y antidemocrática", alertaba Feijóo. El expresidente Aznar acusaba al presidente en funciones Pedro Sánchez de "peligro para la democracia constitucional española" y llamaba a actuar: "Se pueden hacer muchas cosas menos una: inhibirse. Ante esta situación la inhibición no tiene hueco". El objetivo primigenio de estas convocatorias eran las sedes socialistas, especialmente la de Ferraz en Madrid, pero ya recalentados no ha faltado el amago de ir a ¿asaltar? O cuanto menos provocar en el Congreso. Entre los miles de los participantes habría, seguro, muchos con motivaciones loables; otros, engañados por completo. Pero no importa, porque al final nuestra atención —y la del mundo— se va a quienes acaban lanzando bengalas y adoquines, quemando contenedores y que dejan ya un reguero de decenas de heridos, en su mayoría, policías. Y no parece que vayan a detenerse.

Desde la serenidad y el rigor hay argumentos de sobra para oponerse a una presupuesta ley de amnistía. Y otros tantos para defenderla. Pero lo que no admite debate en modo alguno es que si finalmente sale adelante, lejos de suponer un golpe de Estado o el fin de la democracia, será fruto del sano funcionamiento de la misma: la de las mayorías y el consenso entre los representantes de la voluntad popular expresada en las urnas. Así arranca la manida Constitución española de 1978 ya en su Preámbulo:

"La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de: Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo. Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular". Pero no importa, a quienes profieren amenazas al Gobierno y al rey de España, lanzan exabruptos racistas y homófobos y loas brazo en alto ornamentados con una amalgama de merchandising de Franco, Hitler y el Capitán América, por supuesto, se la refanfinfla la amnistía más allá de servirles de excusa para propagar odio y violencia.

Y sin banalizar el peligro que representan los radicales y violentos, aunque llamativos, no podemos permitir que los mandriles en movimiento nos impidan ver al gorila. Al fondo, azuzando al pueblo con anuncios apocalípticos de golpes de estado ilegales, ilegítimos, anticonstitucionales y antidemocráticos ante los que vale todo menos inhibirse. Gorilas que ante la ausencia de argumentos legítimos para gobernar, buscan legitimidades alternativas con las que mandar al menos. Tras la portería. A cubierto.

Y a los nostálgicos de otros tiempos, les comprendo. Quizá no aquel 2012 en que el ejecutivo del PP aprobó una amnistía fiscal de la que se beneficiaron millonarios que habían defraudado a las arcas públicas y que el Tribunal Constitucional anuló en 2017 por considerarla, esta vez sí, inconstitucional, argumentando que la Constitución prohíbe el uso del decreto ley para aprobar medidas que afecten de forma relevante a los deberes consagrados y calificando semejante amnistía de «abdicación del Estado ante su obligación de hacer efectivo el deber de todos de concurrir al sostenimiento de los gastos públicos» legitimando “como una opción válida la conducta de quienes, de forma insolidaria, incumplieron su deber de tributar de acuerdo con su capacidad económica”. No. Soy mucho más humilde en mis nostalgias. Lo que añoro son los tiempos en que uno llamaba al médico y le daban cita para la tarde, por ejemplo. O cuando se podía pagar un alquiler o una hipoteca con un sueldo. A ver si acabamos ya con lo de la amnistía o no amnistía y nos ponemos a ello.

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