Quo Vadis PSOE?

Los ministros Félix Bolaños y María Jesús Montero durante la intervención en el pleno de la portavoz de Junts, Míriam Nogueras.

Los ministros Félix Bolaños y María Jesús Montero durante la intervención en el pleno de la portavoz de Junts, Míriam Nogueras. / José Luis Roca

José María Asencio Mellado

José María Asencio Mellado

Todo parece indicar que el PSOE carece de un modelo territorial de Estado y que el que presuntamente tiene no es el autonómico de la Constitución. Transita entre el federalismo y el sistema confederal, la nación de naciones, ambos promovidos pacto a pacto y ambos difícilmente compatibles con los principios de la izquierda a la cual se adscribe de palabra este partido. Porque el nacionalismo, el valor superior de los territorios sobre las personas, la desigualdad que implica por su esencia misma, la insolidaridad entre unos y otros, no son compatibles con los ideales de la izquierda. Nunca lo fueron. No son progresistas, cualquiera que sea el sentido que se quiera conferir a este concepto que ha venido a sustituir, por su ambigüedad y maleabilidad, al de izquierda democrática. El nacionalismo, en su esencia, es profundamente reaccionario y todo lo que con él se pacta tiene esa naturaleza. Toda concesión que se le hace se traduce en privilegios, diferencias y desigualdad.

El mero hecho de hacer depender un país de las peticiones del nacionalismo, por su significado, lleva consigo un efecto perverso. La misma esencia desigualitaria y discriminadora provoca que el posible y siempre aludido conflicto catalán, generará uno mayor entre esa tierra y el resto de España. Un conflicto local, a fuerza de imponerse sobre la mayoría de la nación, puede ser el germen de uno de mayor calado. Y es que, como dicen los que ondean su bandera particular, a ellos no les importa el común, ni las personas que lo constituyen, sino solo su tierra y gentes, y solo las que tienen, además, un ADN propio e inventado y anhelan privilegios aunque sea a costa de perjudicar a sus conciudadanos españoles, que poco o nada les preocupan.

Esto está sucediendo y la distancia entre Cataluña y el resto de España es cada vez mayor y la herida crece ante el espectáculo de soberbia de los aliados contra natura del PSOE y la izquierda en general. La ruptura sentimental es inevitable y permitirla es un grave ejercicio de irresponsabilidad cuando, como contrapartida, solo se obtiene vivir la agonía de una constante coacción. El poder por el poder no vale el precio que se está pagando.

Sucede, sin embargo, que el PSOE ha llegado ya muy lejos en este mercadeo, sin bases o contornos claros, solo delimitado por el hecho mismo de sostener el gobierno. Y son conscientes de que convocar elecciones es asumir el riesgo de una derrota sin paliativos. Tan lejos han llegado en sus concesiones que ganar se torna imposible. Y no por la amnistía o el posible referéndum, aunque fueran constitucionales, sino por las concesiones discriminatorias, condonaciones de deuda pagadas especialmente, la inmigración supeditada a fronteras siempre artificiales y un largo etcétera beneficioso para un territorio y perjudicial para los demás.

El espectáculo del aparente chantaje de Junts, sin guardar las formas, con la soberbia de saberse poderosos y haciendo aparecer al gobierno de la nación sometido a sus peticiones y discursos cargados de egoísmo y prepotencia no es edificante. No nos merecemos esta sumisión y la prontitud con que el gobierno atiende las peticiones de quien se impone al común por un precio irrisorio.

El futuro, por otro lado, vendrá caracterizado por la incertidumbre del devenir de los acuerdos que se asumen, que en gran parte son de dudosa constitucionalidad o legalidad, repercutiendo en el Poder Judicial aquello que no se debería trasladar a unos tribunales menospreciados en su función y señalados como meramente políticos. Politizar el Poder Judicial derivando en éste lo que el Ejecutivo sabe complejo o imposible es incompatible con la seguridad jurídica, con la estabilidad y con el mismo sistema.

Si cada ley queda condicionada por exigencias ilimitadas y con actitudes insolidarias, el efecto del rechazo a Cataluña y la vergüenza de someterse a los caprichos de sus líderes políticos, que no de los catalanes en su gran mayoría, irá en aumento. Si el independentismo es esencialmente sentimental, no real, pues todos saben que es imposible, el sentimiento de ser español también lo es. Todo nacionalismo se asienta en valores sentimentales que no siempre tienen o deben tener traslación política. Enfrentar unos y otros sentimientos es arriesgado y los ejemplos en la historia son tantos, como imposible ignorarlos. Pensar que la política puede modularlos, máxime cuando es tan inmediata y decidida a golpe de prestaciones y contraprestaciones, es propio solo de políticos que confieren al poder más valor que el que tendría que tener. Sembrar y fomentar la radicalidad identitaria como forma de hacer política y justificar concesiones discriminatorias en una solución a un conflicto, el catalán, que no la tiene, como decía Ortega y Gasset, por no saberse exactamente en qué consiste, solo sirve para hacer crecer la idéntica española herida, sensible y dañada, especialmente por la actitud prepotente de unos y la aparente sumisión de los otros.

La inmigración, drama humano que remueve conciencias, no puede ser moneda de cambio y derivarla a manos que consideraron desde siempre como tales a tantos españoles movidos por la necesidad. El PSOE ha dado un paso que le sitúa fuera del espacio de los derechos humanos atribuyendo –sin que se sepa hasta dónde-, una materia tan sensible en quienes califican a los seres humanos solo por su nacimiento y pedigrí.

Tal vez ha llegado la hora de meditar acerca de si es mejor ofrecerles su independencia antes de que España se convierta en esa nación de naciones en la que la desigualdad se imponga sobre el ser humano. Pero, no seamos ingenuos, no querrán la independencia, ni ganar un posible referéndum. Eso lo saben imposible. Quieren lo que se les está concediendo: ser distintos en un país de ricos y pobres y ellos ser tratados como creen merecer por raza y privilegio. Y eso, poco a poco, pacto a pacto, es lo que está concediendo un partido perdido en sí mismo sin la reacción obligada por su tradición y convicción.