Un PSOE a la deriva

Pedro Sánchez, durante un mitin en Galicia.

Pedro Sánchez, durante un mitin en Galicia. / Marta G. Brea

El PSOE se ha perdido en la nada, sin que nadie sepa exactamente qué es y hacia dónde se dirige. Solo el poder alimenta al que fue el gran partido socialdemócrata, reconocible en sus postulados, ganador con mayorías absolutas y solo necesitado de apoyos puntuales que no comportaban perder su idiosincrasia. Hoy le basta con gobernar, sin siquiera tener un perfil identificable, pues está y se pone al servicio de quien le presta los votos y no duda en pagar precios a diestra y siniestra sin con ello mantiene el presente, aunque el futuro se le presenta oscuro. Vive lo inmediato sin preocuparse del devenir, que bien pudiera llevarle a la irrelevancia o, cual sucede ya, a la incerteza de su identidad perdida.

Vale todo, incluso renunciar a ser determinante para hacer una sociedad impregnada de los principios de lo que se entiende por progresismo en el mundo occidental, que no en otras latitudes con las que parece confundirse en una deriva que nos sitúa en espacios opuestos a nuestra posición en el mundo y a la realidad de nuestra Europa, cambiante, pero Europa. Sus referentes son el nacionalismo más reaccionario, que consagra como progresista y a quien alimenta en sus pretensiones. Su noción de una España de naciones es solo el precio que paga por permanecer en el poder. Nada más.

Nadie sabe a ciencia cierta qué persigue a salvo las políticas populistas de quienes le acompañan, repletas de consignas de apariencia hermosa, pero imposibles y causantes de efectos contrarios a los buscados. Y ahí el PSOE, este PSOE, carece de la fuerza para imprimir dosis de realismo, pues sucumbe ante la propaganda y se entrega ante aquellos de los que depende cada día.

Ha perdido el poder territorial, el municipal de las principales ciudades, la autonomía de un partido que transita entre el gris de unas propuestas inexistentes o faltas de entidad, variables y el negro de su futuro aciago. Ha dejado huérfanos a muchos que se identificaban con aquel PSOE de la Transición que, poco a poco, abandonarán el voto del recuerdo para depositarlo en otros lugares más estables o, simplemente, no votarán. Y eso es ya una realidad.

No se entiende que nadie ahí, en el partido que plantaba cara a Felipe González con doscientos diputados, se alce ante quien tiene lo justo para ser él y sus acompañantes, propios o cercanos, en una cercanía que tampoco quiso aquel gran partido socialista. Y a su lado o enfrente, pero con inteligencia, no tiene para nuestra desgracia a un Julio Anguita, no tiene programas, sino una mezcolanza de profesionales de la política que luchan entre sí y que solo sobreviven a costa de un Sánchez que les sostiene por pura necesidad y que los utiliza en un espectáculo poco edificante.

Nada sucederá. Sánchez seguirá y pagará los precios que le exijan sin pensar en el mañana. No le importa, ni el de su partido, ni el de España, ni siquiera el de una Europa que muestra su debilidad y falta de cohesión y que precisa de unidad, no de alborotos ante la posible vuelta de Trump.

Posiblemente a muchos, los más jóvenes, les resulte indiferente que el PSOE no exista como tal. No saben que la democracia no fue gratis y tampoco que hace casi cincuenta años este país abandonó la confrontación y superó la guerra civil. Tampoco que el PSOE, tras ser determinante para este sistema que vivimos, mejorable, pero que concede dignidad y libertad, sucumbió al enfrentamiento entre las redivivas dos Españas.

El mañana no puede ser bueno cuando quien gobierna lucha por mantenerse a toda costa, cuando quien es presidente no duda en despreciar a la mitad de su país a quien califica de “fachosfera”, cuando todo vale, cuando mantiene a ministros que devalúan la inteligencia por el solo hecho de su fidelidad al líder y su capacidad de aguantar lo que para cualquiera con dignidad sería inaguantable.

Alguien en ese partido debe reaccionar antes de que sea imposible hacerlo. Los indicios son manifiestos y la derecha española no es tan fiera como la quieren pintar.

Galicia debe ser leída como lo que ha sido. El aumento de votos del nacionalismo es preocupante y el resultado de la estrategia del PSOE que ha desembocado en el fomento del independentismo y del nacionalismo que siempre es radical por insolidario. La agonía del PSOE es fruto de la lógica de quien alimenta a su adversario natural y lo hace grande. El PSOE no es ya nada en tantos sitios, que sostener la agonía a cambio de un par de años de gobernar, no vale la pena. Tal vez hoy, aún, podría cambiar todo. Pero el PSOE no reaccionará. Basta ver sus cuadros para comprobarlo y a una militancia obsecuente, que tiene tanta fe, como ausencia de reflexión.