"Aquí es donde tengo mis raíces", asegura el organizador de la Feria de Libro Viejo de Santander.

De niño, vivió con su familia en varios puntos de Inglaterra, sin llegar a considerar ninguno de ellos como su hogar. El paréntesis universitario en Oxford y el tiempo en la capital inglesa hicieron que él y su mujer (una cántabra) valoraran más "la vida tranquila", que les llegó hace 16 años al asentarse definitivamente en Lloreda.

Franquear la puerta de su casa supone descifrar el sostén de la economía familiar. En cualquier recoveco puede uno toparse con ediciones remotas, grabados añejos y papeles desparejados, hasta llegar a la imprenta artesanal, un capricho apabullado por miles de volúmenes repartidos por todas las estancias, en cajas, sobre sillas o mesas, desparramados por el suelo y, cómo no, también alineados en metros de estanterías.

Sea cual sea el libro deseado, parece imposible que no pueda encontrarse en esa barahúnda impresa.

Pregunta.- ¿Cómo llegó a Lloreda?

Respuesta.- Antes de venir aquí viví en Granada con mi mujer, que es de Cantabria, pero en esta región es donde siempre me he sentido en casa. Cuando tuvimos a nuestros hijos decidimos establecernos en Lloreda. No queríamos vivir en la ciudad, sino en el campo. Lo del pueblo fue un poco más casual: vimos el periódico, en una semana de ojear anuncios encontramos esta casa que se ajustaba al dinero que teníamos y así fue.

P.- Ustedes se dedican a la compra-venta del libro viejo. ¿Cómo se lleva ese tipo de negocio desde un pueblo tan pequeño?

R.- No supone ningún problema, porque nuestro mercado no tiene límites geográficos. Tenemos una clientela muy variada, desde universidades a particulares, que compran a través de los catálogos que sacamos periódicamente. Además vendemos por Internet, de modo que si alguien busca un libro en cualquier parte del mundo puede acceder a la página y adquirirlo así. Este tipo de negocio fuera de las ciudades también tiene sus ventajas, porque los libros ocupan muchísimo espacio y sería carísimo tener que pagar un alquiler.

P.- ¿Cómo empezaron a comprar y vender libro viejo?

R.- Siempre me han gustado los libros y en Londres trabajé una temporada en una librería con 200 años de tradición. Un invierno, en Inglaterra, fui a una subasta en una casa de campo que pertenecía a un hombre que fue agregado militar en España durante la Guerra Civil y compré un lote de libros. Se lo enseñé a un amigo que se dedicaba ya a esto y, en lugar de comprármelo, me animó a iniciar yo mi propia librería.

P.- ¿Qué fue lo que más le sorprendió de su llegada a Lloreda?

R.- La acogida en el pueblo. Desde el principio la gente se portó de forma impresionante. Tuvimos que arreglar la casa y, cuando pusimos el tejado, los vecinos que estaban en los alrededores vinieron a ayudar sin que nadie les pidiera nada. Lo hizo hasta uno con el que apenas había hablado antes.

P.- ¿Cómo recuerda los inicios de su llegada a Cantabria?

R.- Llegamos a esta región con lo justo para comprar la casa. En Granada teníamos una academia de inglés y al llegar aquí seguimos dando clases a niños de esta zona y en alguna empresa. Pero todo era tiempo que se quitaba a los libros, y al final había que dar el salto.

P.- ¿Qué es lo que menos le gusta de vivir en Cantabria?

R.- Hay cosas "españolísimas" que me molestan un poco, aunque no sé si son cosas sólo de Cantabria. En general, me llama la atención lo poco que se critica en España las cosas que no funcionan bien en la sociedad. Por ejemplo, creo que el sistema de funcionariado funciona de pena.

P.- ¿Echa de menos Inglaterra?

R.- No, no volvería a vivir allí jamás. El conjunto de la vida española me gusta más que la inglesa. Allí la gente se ocupa prácticamente sólo de trabajar y ganar dinero, es como si hubieran apretado el botón de "pause" para detener la vida y solamente les preocupara el trabajo.

De vez en cuando vamos a Inglaterra, donde todavía tengo a mis padres y hermanos, pero no volvería a vivir allí. Lo que quieres es volver a tener 20 años, lo demás no lo echas de menos.