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A Sotavento

La cabra

La cabra

Torrevieja, pueblo en feria, claveles en las solapas, sombreros cordobeses en las melondras y aroma de fritangas por doquier. Ocurre que estos días en este lugar se está celebrando en el recinto portuario, junto al muelle pesquero la XXIX edición de la feria de baile por sevillanas, como se ha denominado el festejo, imitación a la Feria de Abril de Sevilla.

Caracterizado en los años de bonanza económica por constituir un escaparate de las empresas inmobiliarias y ser exponente del rumbo y tronío del Ayuntamiento. Este año, en su nueva edición, parten de cero.

El criterio del pentapartido a la hora de conceder subvenciones ha cambiado: De aquello «Que no nos falte de «nà» y tirar la casa por la ventana para que los de siempre, como siempre, se tiraran unos días de baldraga, se ha pasado (según aseguran, aunque no termina de estar claro) a facilitar lo imprescindible, a los nuevos organizadores, la Casa de Andalucía «Rafael Alberti» de Torrevieja.

Aunque últimamente el presupuesto global de las sevillanas había sido reducido en la mayoría de sus ediciones los organizadores han movido bastantes caudales sin justificación ni control. Siendo benévolos a estas situaciones pasadas les podríamos aplicar el dicho aquel de «administrador que administra y enfermo que hace gárgaras; aunque no quiera, algo traga».

Es imposible cuantificar cuánto ha costado los torrevejenses el que unos cuantos de ellos se vistan a lo andaluz para regocijo propio y del «chanerío» porque las cuentas de tales desmadres han sido siempre inescrutables. Veremos si los de la Casa de Andalucía, con su presidenta al frente Rosa Martínez y su consorte, Juan Carlos, almas mater de la iniciativa de esta nueva andadura ferial, salen airosos del empeñó.

Tendrían mucho mérito porque cuando en este pueblo no se cuenta con el Ayuntamiento cubriéndote las espaldas, eventos de este tipo es difícil sacarlos adelante sin salir «trasquilao». Con dinero de la olla grande hasta los más necios resuelven papeletas. Como en las cuentas del mundo del toro, también muy enrevesadas, esperemos que el evento de faralaes no se vea involucrado en la misma dinámica y acabe sin problemas económicos. Cuando la cosa ya parecía medio tranquila, viene la edil África Celdrán y se le ocurre pedir «colaboración» al empresariado por carta y cuando la feria ya está en marcha.

Pensaba yo participar este año en las sevillanas. No ha sido posible. Mi entorno cercano es muy mojigato y me lo ha impedido. Ya tenía preparado el ato. Una güayabera color blanco huevo y un sombrero cordobés gris plata, vestimenta habitual del anterior organizador de la Feria «El Salinerito» (José Boj Ortigosa), a quien plasmó magistralmente Alfonso Ortuño en una genial y afilada caricatura. Por cierto, fue una gozada oir el otro día a este polifacetico caricaturista hablar sobre El Quijote en el Casino.

A lo que íbamos. Con este atuendo y a los mandos del descapotable pensaba plantarme en el real de la feria con la cabrica «Lola», en mi regazo. El animal lo cuida y mima con esmero Javier Martí, del Mesón La Huertica. Con el reclamo de Lola vestidita de faralaes pensaba difundir las bondades de este establecimiento, ligado a la familia del casi centenario restaurante Catalina.

La Lola ya debutó en la céntrica calle de Caballero de Rodas, adivinando el porvenir de quienes se prestaron a ello por un euro. A las personas interesadas en conocer su futuro tuve que devolverles el euro cobrado. Lola ese día andaba «enfurruñá», de mala leche, y no llegó a decir ni «mu».

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